Alguien

Una equivocada sospecha de que era alguien peligroso me hizo temerla a primera vista. O temerle. Porque cuando me acerqué más, su aspecto andrógino me plantó la duda. 

Además, su delgadez me conmovió. Llevaba puesta (o puesto) pantalones cortos blancos, que descubrían unas piernas muy flacas y depiladas. Sus zapatos, también blancos, le daban a la mitad inferior de su cuerpo una simetría marcada principalmente por ese color predominante que contrastaba prolijamente con el crema de su piel.


Arriba, su rostro impactaba. Los ojos estaban maquillados con una sombra gruesa e intensa a su alrededor. Sus párpados eran como dos cuevas de donde parecía que podían brotar otros ojos. El cabello era un caos: por delante lucía un copete bien formado; atrás caía una bola enmarañada de pelos. 


Le vi apenas un par de segundos, en los cuales imaginé que iba a reaccionar con furia ante la curiosidad poco disimulada que me provocó verle. Intuí también, equivocadamente o no, que era alguien con un sufrimiento detrás, porque su mirada expresaba cierta angustia. Pero no puedo estar seguro si estaba suponiendo correctamente. 


Quizá solo era alguien preocupado porque no llegaba su cita de viernes por la tarde, pero yo ya comenzaba a fantasear con que era un travesti abatido por varias tragedias en la vida.


Este alguien con quien me crucé en la calle, despertó, una vez más, este hábito que tengo de observar a desconocidos con los que el azar me hace coincidir. Desconocidos que dejan de ser tales cuando llaman mi atención con algún rasgo o gesto en particular, y mi cabeza comienza automáticamente a darles identidad, un posible pasado y un probable presente; el futuro queda para mí, como una oportunidad nueva para apropiarme de una vida ajena, con solo tener en la mira a su protagonista principal y dejar que la imaginación haga la suyo.


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