Mañana de un gran recuerdo y una maravillosa sincronía

Una de las entrevistas más importantes de mi trayectoria periodística es la que hice a Pedro Restrepo, el 27 de octubre del 2014 para el diario Extra. Yo quería que se publique una nota estilo entrevista, con página entera, pero solo me dieron la mitad del espacio, para redactar un resumen de lo que conversé con mi entrevistado.


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Paréntesis: justo cuando trataba de cerrar ese primer párrafo, un pastor alemán llegó a hacerle correr a la Celeste. Pero cuando es pastor alemán no solo corre, se esfuma con el mega pique de pánico que emprende hacia la nada del bosque. Claro, eso significa paniquearse uno mismo también, porque la chiquilla desaparece sin rastro, por breves segundos que se vuelven un tiempo detenido en la angustia. Así que eso ocurrió, la Celeste se me esfumó por casi un minuto. Corrí a buscarle, gritando fuerte para que me ubique la lobezna, mientras pensaba que iba a ser un veinticinco de diciembre de mierda.


Pero sí apareció. 


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A Don Pedro solo era posible entrevistarle en su casa. No porque haya sido una regla, sino que él mismo, con su humildad y parsimonia te invitaba a visitarlo después de contactarle para pedirle un poco de su tiempo para conversar. Visitarle implicaba estar, desde un punto de vista periodístico, en el lugar de los hechos, concretamente de un hecho detenido en el tiempo: la desaparición de los hermanos Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo Arismendi desde hace 36 años. 


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Es hermoso cómo puede cambiar un texto. Sobre todo un texto que lo voy escribiendo mientras camino en el parque con la Chele. Es una experiencia nueva, porque suelo escribir solo frases cortas como apuntes en las Notas, pero esta vez procuro hacer este relato completo para una nueva entrada del blog. 


Pero escribir caminando no significa descuidarse de la Celeste. Al menos un veinte por ciento de la cabeza está alerta a los movimientos de la lobezna y al entorno. Cuando hay situaciones que demandan el cien por ciento de atención hay que pausar un rato la redacción. Y así lo hice cuando vi que por el camino de tierra que cruza una parte del bosque del Parque Metropolitano Guangüiltagua, venía un grupo de perritos, entre tres y cuatro pequeños, acompañados de un señor, un niño, una señora y una mujer de estatura corta y semblante bastante conocido: María Fernanda Restrepo Arismendi. Nada más y nada menos que la hija de don Pedro, la hermana de Carlos Santiago y Pedro Andrés y una documentalista que admiro tanto porque su obra responde a una lucha que no se ha terminado. Con mi corazón en Yambo es la evidencia precisa para entender cómo se puede hacer una película con una carga emocional intensa, desplegada con honestidad auténtica, lo cual no contradice al profesionalismo de María Fernanda para basar su historia con el rigor informativo necesario.


Así que por su estatura y semblante le reconocí desde lejos y no lo pude creer. Esto de las sincronicidades o casualidades es hermoso; por eso me siento cada vez más devoto del azar bendito. Y eso fue lo que les mencioné primero al acercarme a saludarles. La señora que iba con ella era su segunda mamá. Le pregunté a María Fernanda si había escuchado sobre las sincronicidades y dijo que no, así que opté por casualidad, el sinónimo más sencillo. Entonces le conté lo que estaba ocurriendo en ese momento, esa increíble coincidencia de encontrarla pocos segundos después de escribir en este mismo texto que su papá me recibió con humildad en su casa. 


Ella recibió mis palabras con la misma sencillez de don Pedro, esa que siempre ha caracterizado a esta hija y a su padre que son ejemplo de persistencia por una causa que no duele solo a cretinos.


La segunda madre de María Fernanda, también su tía, que se casó con Pedro Restrepo un tiempo después de la muerte de Luz Elena Arismendi, también mamá de Carlos Santiago y Pedro Andrés, igualmente se interesó por escucharme. Caí en cuenta que estaba frente a las personas que merecen recibir sentidas condolencias por la partida de don Pedro, así que no dejé pasar la oportunidad.


Caí en cuenta que la entrevista la hice hace diez años, cuando estuve en el Extra, entre septiembre y diciembre del 2014. Me preguntaron dónde trabajo ahora. 


  • “Ahora ya no hago periodismo, pero sí comunicación en el zoológico”, dije.
  • “Ah, mejor”, respondió María Fernanda.
  • “Diles a los animalitos que Pedro les quería mucho”, añadió la señora. 


Qué momento más emocionante. Luego de ese efímero y hermoso diálogo, gracias al bendito azar, la conversación se fue terminando. Aproveché en ese momento para decirle a María Fernanda que su documental ya es un obra de culto, y me agradeció con la misma sonrisa tierna con la que me escuchó todo el rato. Un rato maravilloso que le volverá inolvidable a este veinticinco de diciembre.


Es hora de volver a casa.


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De vuelta en casa, después de la caminata en el parque, continúo con el relato sobre ese gran recuerdo de mi época periodistica. Y también de vuelta en la casa de don Pedro, el 27 de octubre del 2014. 


Como en casi todas las coberturas, yo estaba acompañado por un compañero fotógrafo. Fue René Fraga, según el crédito que consta en el recorte del diario que conservo del 28 de octubre del 2014. René era alguien serio, bastante profesional para hacer las fotos y luego entregarlas a tiempo para alcanzar a publicar la nota en el plazo fijado, que en ese caso fue al día siguiente. No recuerdo tanto la presencia de él, quizá fue porque yo estaba concentrado en la conversación con Pedro y René en fotografiarlo en su esencia, la de un padre que envejeció públicamente, durante la búsqueda incansable de sus hijos, a quienes la Policía Nacional desapareció el 8 de enero de 1988.


Al recorrer brevemente la zona de entrada de la casa, tuve un flashback inmediato a lo mismo que en ese momento veían mis ojos, una pared llena de fotografías familiares de los Restrepo Arismendi, enmarcadas en llamativos portarretratos. Mi mirada hizo un paneo (u observación panorámica rápida) de esa zona tan simbólica en aquel hogar, y donde en Con mi corazón en Yambo la cámara hace un travelling (no estoy seguro si lateral o de arriba hacia abajo) para enfatizar en la importancia de esa pared, de esas fotos, de esos recuerdos que quizá a Don Pedro le provocaban tristeza y al mismo tiempo esperanza, como a todos nos puede provocar, menos a los cretinos.


Después de observar rápidamente la zona de la sala y un patio externo de la casa de don Pedro, espacios que también aparecen en el documental, subimos a la zona de las habitaciones. En ese momento ya se completaban veinte y seis años desde que se perdió el rastro de Carlos Santiago y Pedro Andrés, pero las habitaciones se mantenían listas, alojando en ellas un aire de esa misma esperanza que sentí al entrar en el hogar Restrepo Arismendi. 


Mi visita fue por el cumpleaños de Carlos Santiago, el mayor de los hermanos, que ese 27 de octubre cumplió cuarenta y cuatro años. La conversación estuvo marcada por la nostalgia de don Pedro, al recordar al muchacho "serio, muy cariñoso y con bastante empatía conmigo"que fue Carlos Santiago, según evocó su padre. De Pedro Andrés dijo que era "muy alegre, dicharachero, tomador de pelo".


Según reseña mi nota, Pedro me recordó algunos detalles sobre el caso de sus hijos, como el de la última búsqueda infructuosa que se hizo de los cuerpos de Carlos Santiago y Pedro Andrés, en el 2009, en la laguna de Yambo; esas aguas que adquirieron la fama de haber sido, supuestamente, el destino final de aquellos jóvenes que apenas tenían 18 y 14 años. "No se ha informado nada nuevo que abra un campo para saber dónde están", me dijo.


También valoró el trabajo de su hija. "Con la película puede verse el caso en toda su extensión. Es una muestra para las nuevas generaciones de una gran injusticia, de una lucha de amor, de cariño, de dignidad y, al mismo tiempo, de la cobardía de poder", también me dijo.


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Como le dije a María Fernanda en el parque, Con mi corazón en Yambo ya es una obra de culto en el cine documental ecuatoriano, por la forma cómo cuenta una historia estremecedora y extensa, y también porque el documental tiene un contexto que, muy tristemente, en estos días está volviendo a tener vigencia. 


Con la desaparición de Josué (14 años), Ismael (15 años), Saúl (15 años) y Steven (11 años), los niños de Guayaquil que fueron detenidos por una patrulla militar y cuyo paradero se desconoce todavía, este es un nuevo caso de desaparición forzada a cargo de "las fuerzas del orden"; un posible crimen de estado como el de los hermanos Restrepo, si estos adolescentes no aparecen con vida.


Cuando me enteré que falleció Pedro Restrepo, enseguida pensé en Josué, Ismael, Saúl y Steven. Porque la tragedia injusta que le tocó soportar a don Pedro durante 36 años, sin respuestas hasta su muerte, ahora se multiplica por cuatro familias. No puedo saber si mañana, en diez años o nunca se sabrá qué pasó con los niños de Guayaquil, pero sí sé que todos los casos tienen algo en común: la complicidad de un estado contaminado por la ambición perversa, el desconocimiento de la realidad y los cálculos políticos.


Siento que es otra sincronicidad interesante, bastante simbólica y, quizá, inútil. Pero creo que la historia nos quiere decir algo con estos sucesos históricos simultáneos. Puede ser que a largo plazo lo entendamos, pero lo importante es no ser indiferente a contextos sociales que necesitan la solidaridad humana, algo que, tal vez, se está extinguiendo.


El día también ya está por extinguirse. Es 25 de diciembre y siento que nunca me olvidaré de lo que pasó hoy. El bendito azar me dio la oportunidad de despedir a don Pedro Restrepo, con mucho respeto por su persistencia, a través del abrazo que le di a su hija, con el que quise expresar ese asombro que siento por ella y su familia; un asombro que combina compasión y admiración por la vida que les ha tocado soportar.


Hasta siempre, don Pedro Restrepo.














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