A Rafaela
Contigo descubrí la ternura animal; ternura silvestre; ternura que solo la reconocemos los humanos, mientras ustedes la proyectan sin intención. Pero qué generosa es la naturaleza para inventar esto. Por ejemplo, que los tapires tengan esa trompita muy especial, con la que presumen aún más su ternura.
Me acuerdo que desde el primer instante que me conociste, te acercaste tan curiosa a olfatearme con tu pequeña trompa. Todo era pequeño en ti cuando llegaste. Y no debías haber llegado. Merecías vivir en los bosques o selvas, pero algún desgraciado te quitó ese derecho. Así que tuviste que crecer bajo cuidado humano, inspirando con tu ternura, a cada persona que te conoció y cuidó.
Era imposible no sentir cariño por ti, tan dócil y a la vez tan fuerte para recuperarte de tu salud resquebrajada por el maltrato que soportaste. Cómo alegrabas los días de quienes te veíamos. La Heidi, la Adri, tus madres adoptivas en cuarentena eran las más felices del mundo cada vez que te alimentaban y te mimaban con esos masajes que te extasiaban.
Qué golosa eras para comer. Hacías crujir esas zanahorias mientras tus ojos se cerraban levemente para expresar el placer que te provocaban tus dietas. Así fuiste recuperando el peso; superaste tu desnutrición que se veía tan conmovedora, a simple vista, con tus costillas a flor de piel cuando llegaste. Y también creciste, brillando con tu pelo cada vez más reluciente, para desempolvar la belleza que el perverso mascotismo te ocultó.
Tus ojos eran frágiles y permitías que te cuiden con las gotitas que te ponían diariamente. Así podías ver el mundo, que en un principio te resultó muy limitado, pero después tuviste el refugio que merecías: extenso y completo, para que explores en un minibosque, te refresques y diviertas en la piscina o para que descanses en la sombra de esos espacios adecuados para ese fin.
Me acuerdo de una tarde en la que el Martín escuchó chapoteos constantes desde su oficina, porque tú eras vecina del jefe. Y nos avisó para ir a verte gozar del agua. Se te veía tan satisfecha ahí, remojando y jugando con tu cuerpecito radiante, gracias a un sol hermoso que hizo esa tarde.
Comentarios