Ejercicio de reivindicación
En silencio, sentado en mi nuevo escritorio, escribo estas líneas con la presunción (equivocada, espero) de que se me está acabando el talento de escribir. Me distraigo. Reviso el WhatsApp, el Instagram y vuelvo al texto. Es que converso con amigos, con amigas y procrastino, pero también quiero escribir.
Así que me contengo el impulso de volver a las ventanas de los chats y continúo este ejercicio. Porque no es nada más que eso; reivindicar mi aptitud por expresar algo con libertad, por escribir como a mí me guste sin la presión de tener que informar algo en concreto, ser prolijo en el uso de datos, regirme a formatos o estilos específicos de redacción, y lo que es peor, depender del gusto de alguien más para que determine si es un texto que funciona o no.
Creo que es el valor más importante que siento con este hábito (que no quiero que deje de serlo) de escribir sobre lo que siento en mi cabeza, sobre lo que pienso del mundo, sobre lo que experimento en la cotidianidad, sobre sentimientos que me aturden o me entusiasma, es la libertad. A veces mi mente insinúa controlarme con ideas o prejuicios respecto a ciertas cosas que escribo, lo cual acarrea el riesgo de limitarme esa libertad, pero ahí está la voluntad para impedir que caiga en un peligroso letargo que me puede hacer perder esta buena costumbre.
Me preocupa un poco que la frecuencia e intensidad de mis escritos ha disminuido en las últimas semanas. No encuentro explicación concreta a esto, y las razones que intuyo me suenan un poco a excusas, como el cansancio que produce el trabajo; en parte puede ser cierto, pero cuando comencé a escribir más seguido estaba con un ritmo parecido al de ahora, así que el agotamiento, tal vez, no es razón muy comprensible, o quizá sí.
Hace poco menos de dos horas terminé de ver un partido de Barcelona del que resultó eliminado de la Copa Sudamericana. A los tiempos me emocioné por ver, disfruté con los goles, sufrí esperando que se logre la victoria y al final me entristeció la pérdida. Pero ahí quedó. Fue todo momentáneo, es decir, del momento presente. Después esas sensaciones se desvanecieron, me dejó de importar lo que acabé de ver y sentí las ganas de venir a estrenar mi escritorio con algún texto para mi blog.
Tengo un relato a medias sobre mi visita a la exposición de Miguel Varea y estoy seguro que la finalizaré y publicaré, aunque no me he dado el tiempo para concentrarme en avanzar. Pero ahora la intención era otra, era simple; sencillamente, necesitaba sentirme escribiendo, para reivindicar este deseo y necesidad qde darle a la escritura un lugar prioritario entre mis formas creativas de contar cómo es mi relación con el mundo.
No sé si esto resulta ser un ejercicio, pero, al menos, no deja de ser una legítima revindicación por un gusto irrefutble.
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