Cuando mi pesadilla se hizo realidad (actualizado)

¿Cómo ordenar las ideas, después del caos en el que estuvo sumida la mente en ese lunes tan especial? Puedo considerarlo especial ahora, dos días después, cuando el gran susto ya pasó y lo puedo sentir como una anécdota que me ha sacudido emocionalmente.

El gran susto de que la Celeste se pierda, se hizo realidad. Ya lo había imaginado, pero de otra manera. Como de costumbre, yo era el culpable de ese extravío fantaseado, pero en esta nueva versión de la peor pesadilla, yo no fui el responsable. Y no sé si eso fue mejor o peor, porque estar lejos de una situación que la quieres resolver desesperado y con urgencia fue demasiado angustiante.

Yo salía del recinto del oso del zoo, a bordo de una camioneta en la que le transportaban al animal hacia la clínica, para que reciba su chequeo anual. Después de hacer las respectivas fotos del instante, hice una pausa para revisar mi celular. Apenas se encendió la pantalla, ahí resplandecían, perversas, unas palabras que decían: Andy, a la Sofía se le perdió la Celeste. 

Cerré los ojos y sentí un sudor frío que me invadió del pecho a la cara, hasta humedecerme los ojos. La pesadilla se estaba cumpliendo.

Marqué inmediatamente al teléfono de la Bachis, su madre, y del otro lado solo me contestó un llanto desesperado que me hizo contener la respiración por varios segundos. Las pestañas comenzaban a empaparse. 

Entre alaridos, me contó que se escapó la Celeste en su paseo de los lunes en el Parque Metropolitano . También me explicó que ya no estaba en el parque porque pudo haber corrido hasta mi casa. Y el llanto era cada vez más intenso, mientras al mío intentaba reprimirlo cada vez más. Es que me daba vergüenza desahogarme al lado de expertos que estaban concentrados en manejar correctamente a un oso de anteojos.

Pero cuando colgué la llamada no pude disimular mi angustia y les conté lo que pasaba, entre sollozos. Pensé en correr inmediatamente hasta Quito, para ir a encontrarla. Pero estaba en medio de una cobertura importante; fotos y videos de los chequeos a un oso andino. Una de las cosas que más me divierten en el trabajo. Es que, verdaderamente, es una cosa interesante, como uno de esos juguetes con los que nunca te aburrirías. Mi responsabilidad me mantenía también con interés en ese momento, en aquel presente que se volvió caótico en un segundo.

Auxilio

El caos lo enfrenté, primero, con la creación de una imagen para pedir ayuda colectiva, que circule en redes, para que la gente nos ayude a difundir el mensaje y encontrarla pronto. ¡Auxilio, gente!

Dos fotos de la lobezna, un Ayúdanos a encontrarla, referencia del sector donde se perdió y números de teléfono, fueron suficientes para subir enseguida la imagen. Qué bien se portó la gente. Cuánta ayuda emocional, sobre todo, de amigos, amigas, familia, gente que ama a los perritos. Qué sería de mí sin todo ese acolite. 

¿Después? ¿Qué más hacer?¿Cómo continuar la vida con esa incertidumbre cruel, de no saber dónde, cómo, con quién está la Celeste?

Pero el chequeo al oso Timoleón ya había comenzado. El mundo no se iba a detener porque la Celeste estaba perdida. Mi mundo quería detenerse y solo estallar con un grito desesperado que se escuche en todo Quito, para que alguien la rescate y nos la entregue sana y salva.

Entraba al quirófano con la concentración activada, para no perderme los detalles claves de la intervención. Procuraba llorar discretamente; mi cabeza me hacía imaginar a la Celeste caminando sola, con el peligro de ser atropellada, en una calle en medio de la nada, asustada porque no encuentra ningún lugar seguro; desamparada, deshidratada, vulnerable.

Anticipé una noche de terror. Dando vueltas y vueltas en la cama, con los oídos hirviendo, sobrepensando qué se pudo haber hecho mejor en la vida para no tener que llegar a esto. Con ganas de querer salir a caminar por toda la ciudad hasta que aparezca, aunque amanezca, aunque ya tenga que ir a trabajar. 

Y al día siguiente. ¿Qué sentido habría tenido levantarse, con la tristeza más profunda que habría sentido en mis treinta y ocho años, con la Celeste en la cabeza, imaginándola deambular desorientada por quién sabe dónde?

Pensaba y sobreprensaba en eso, pero mi observación se enfocaba en los chequeos al oso. Veía el control de signos vitales para que la anestesia funcione correctamente, tomas de muestras de sangre, radiografías de dentadura, cortes de uñas (¿o garras?).

Terminaba de hacer algunas fotos, y salía de la clínica. Una y otra vez. En una de esas, llamada de Sofía (nombre inventado de la persona que era responsable de Celeste en el momento que se perdió). Aunque la tristeza cada vez me ofuscaba más, pude mantener cierta tranquilidad para conversar con ella. La Mabe me dio un abrazo oportuno, y la Anto tampoco dudó en darme el apoyo que necesitaba ese momento. Qué buenas amigas son.

Le describí a Sofía las rutas que hacemos caminando con la Chele. Por dónde subimos, por dónde cruzamos la Eloy Alfaro, por cuál parque pasamos, hasta qué calle llegamos. Y evocaba esas rutas como si en ese momento estaba con ella ahí, haciéndonos compañía mutuamente, felices, como siempre nos sentimos cuando salimos a pasear. 

Luego Sofía me contó que un guardia de la calle de mi casa sí le vio a la Celeste caminar por ahí. Incluso quiso agarrarla, según le dijeron. Pero la Celeste se asusta con extraños y no se deja agarrar. Así que evoqué también la ruta hacia La Carolina. 

Eloy Alfaro, Portugal, Parque. Un trayecto que lo hicimos ida y vuelta solo dos días antes del extravío. 

La búsqueda se extendió hacia allá. La mamá de los Guangüilperros, la pandilla de Celeste, es decir, Sofía, estaba en su carro y podía dirigirse hacia allá para sondear por ahí. Colgamos. Ella me iba a mantener al tanto. Tenía que volver al quirófano, conteniendo el llanto interminable. 

Yo creo que fue un milagro

Suena El Danubio Azul mientras comienzo a recordar esta parte. Oportuno tema para el fragmento crucial de la historia. Cuando la esperanza se volvió desolación para después convertirse, sorpresivamente, en un milagro.

Luego de salir otra vez de la clínica, en el momento en el que ya estaban haciendo rayos X al oso, Sofía me llamó a contar que, al parecer, le vieron a Celeste en el parque México. Ella iba en camino hasta allá, solo me reportaba lo que le había avisado alguien. Sin colgar la llamada estuve en vilo un par de minutos, hasta que me confirmó que no era la Celeste.

Desolación absoluta. Otra vez a pensar en la situación más trágica que me podía imaginar. En realidad, no imaginé, pero sí se me ocurrió la idea de que podría ser atropellada, porque no sabe cruzar las calles. Y otra vez al quirófano. A seguir grabando y fotografiando. El llanto calmó un poco, pero la ansiedad no daba tregua.

En medio de este vaivén en el que me encontraba, tuve que cambiar la imagen de auxilio porque me di cuenta que mi teléfono estaba mal. Así que hice circular otro afiche con la corrección. Y mientras yo compartía con alguna de las tantas personas que me escribieron a dar apoyo, veo el mensaje de un número que no tengo guardado como contacto, del chat de los Guangüilperros, que decía Bravo!! BRAVISIMO!!!! que alegría!! 👏🏻👏🏻🙏🏼🙏🏼 

Abrí enseguida el WhatsApp y leí lo inaudito: Apareció. Está con la tía. 

Sofía lo anunciaba así. Cortante y directa, pero seguro con un hermoso alivio en su interior. Como el que sentí yo cuando terminé de leer esas cinco palabras.

Fue algo inaudito porque en la desolación no puedes ser optimista; solo esperas lo peor. Pero enterarte que apareció sana y salva en poco tiempo, realmente fue increíble. La Rafa, la Anto, la Marti me abrazaron con la emoción compartida que provocó la noticia. 

Pedí que me manden foto de la fugitiva, como le dijo Sofía, para terminar de asegurarme de que todo era real. Mientras esperaba, la Luli, tía de la Celeste, respondió a mi estado de WhatsApp con un Ya apareció. Le respondí enseguida agradeciéndole y pidiéndole también una foto. No me contestó más hasta varias horas después, cuando me contó que la Sofía también le contactó a ella para que le ayude en la búsqueda. Así que le sugirió pasar por La Carolina, de acuerdo a la explicación de la ruta que le conté yo.

La Luli estaba cerca de La Carolina y pudo llegar pronto para buscarla. No fue casualidad. Ella tiene una conexión especial con los perros y estoy seguro que ella era la indicada para encontrarle. Tal vez, sus queridos Bruno, Tomás y Roko, desde el cielo de los perros, le transmitieron la intuición necesaria para que ella le encuentre a la niña Chele, como solo ella le dice.

Ella iba en dirección hacia una explanada grande en el parque, rodeada por la pista atlética azul, cuando alcanzó a ver un perro entre los montículos de los jardineros que trabajaban en la poda; no era un perro, era la Celeste, quien estaba curioseando con su olfato entre las hierbas podadas. Cuando la Luli se acercó más, su niña Chele le reconoció y al fin sucedió el reencuentro. La imagino a la lobezna saltando hacia su tía, lamiendo su cuello, temblando un poco, quizá.

La vida tenía sentido otra vez. Todo volvía a su lugar, como yo al quirófano.

Pequeña conclusión

La Celeste se perdió porque se alejó de los Guangüilperros, mientras Sofía y su ayudante organizaban en el carro a los más pequeños primero. Sofía no entendía qué fue lo que pudo haberla hecho huir o correr lejos. Especuló que pudo haber visto a alguien parecido a mí, o alguien que ella conoce e intentó seguirme o seguirle. Quizá cuando se alejó mucho ya no pudo volver, salió del parque y se conectó al camino que conduce del parque a mi casa, a partir de lo que informó la señora de los jugos en la entrada, quien aseguró haberla visto que se dirigió hacia el norte. Después la historia continúa como ya sabemos.

Me conmovió que mi lobezna haya caminado hasta mi casa. Intuí un apego importante entre ella y yo, pero la Sofía después me explicó que no necesariamente puede haber un apego, sino solo un comportamiento inteligente del animal, para rastrear y reconocer las rutas que acostumbra a hacer con su humano.

Me sentí orgulloso de ella y de su inteligencia para poder optar por esa solución, para buscar lugares seguros. Eso le permitió llegar hasta La Carolina, ilesa y entretenida, porque estoy seguro que también se divirtió en esta aventura.

Era asombroso, también, que esto haya ocurrido apenas pocas horas después de una publicación que le dediqué a la Celeste, sobre lo imprescindible que resulta para mi existencia. Como procesé las fotos junto a ella y redacté el breve texto, quizás se fue a su casa enterada de que iba a sacar un posteo para ella. Los perritos tienen su lenguaje propio, pero quién sabe si ellos tienen el don de escucharnos y entendernos, aunque no lo sepamos, así como nosotros tenemos el vicio del sobrepensar, por ejemplo.

Entonces, yéndonos por esta hipótesis, yo diría que la Celeste al escuchar eso se propuso huir un rato para reafirmar lo que dije en la publicación, para poner a prueba mis emociones y enseñarme a mantener la calma en situaciones de este tipo. Mi fantaseo está a punto de llegar al discurso coaching de la resiliencia y las señales de vida, así que, sencillamente digo que el azar siempre sorprende con episodios de la vida que estremecen fuerte, pero que a la larga dejan reflexiones y recuerdos que construyen una nostalgia indescriptible, en la que la Celeste todavía tiene que tener mucho protagonismo.

Larga vida a la Chele.




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