Qué lindo es llegar a casa
Primera vez que se me ocurre un título tan rápido, tan fácil. Es que, qué lindo es llegar a casa. Primera vez que lo pensé a plenitud y espontáneamente.
Calenté dos empanadas de carne, parecen argentinas, que hace el vecino colombiano de la planta baja. Son muy buenas y me gusta hacerle el gasto a ese señor muy buena gente, como su esposa, que me dice 'joven', como la Carmita en el QuitoZoo.
Intento hacer un ejercicio; mientras escribo, edito. Y mientras edito, escribo.
Me acordé de las empanadas.
Se enfriaron un poco. 30 segundos más en el micro.
Listo.
Como empanadas con tecito de jengibre, para espantar a las gripes y a las toses que acechan el ambiente. Me mira Hitler, quizá expresando cierta impaciencia por que no retomo la lectura de ese libro que lo comencé en la época de la pandemia. Es decir, recomenzar el libro.
No hay cómo escribir mientras comes, ni viceversa. Por mucho que lo intentes se te va a enfriar la comida o tu texto se va a estancar. Por eso prefiero continuar así, en una especie de (sí se puede comer mientras piensas, y viceversa) catarsis de energía creativa que acumulé hoy, en un día intenso y ajetreado en el zoo.
Mastico. Se siente seca a la empanada. Me olvidé de pedir ají. Bueno, no todo tiene que ser perfecto todo en el día, aunque en gran parte lo fue. Me di cuenta cuando me di cuenta lo lindo que es llegar a casa.
"Confiar en la propia soledad como lugar de calma y no de vacío", dijo la Belén. Fue su definición a lo que le conté que me estaba pasando. Hermosa definición.
"Parece que es porque al fin siento que puedo ser independiente, que me valoro mejor, que me demuestro que puedo solo, antes tenía muchas dudas e inseguridades, que no se han ido, claro, pero al menos ya no me joden tanto creo jaja", le conté yo.
Me distraje un ratito en el Instagram, mirando, una vez más, el video sobre tráfico de vida silvestre que hice. Cómo me gusta ver una y otra vez los videos que disfruté hacer y que, por lo tanto, me encantan. Porque cuando disfruto hacer, sé que voy a hacer algo que me guste. Hacer significa registrar y montar; porque siento que yo hago más montaje que edición, o, quizá, a veces sí es edición, pero asumida desde la libertad que brinda hacer montaje.
Basta de filosofía barata. Todavía no he comenzado a editar y este texto ya tiene una extensión casi respetable. No se puede escribir y editar. Ni editar mientras escribo.
Averigüemos.
No sé por qué hablé en primera persona del plural. Este texto quiere desquiciarse pero no le permito. Es solo la ansiedad por comenzar a editar y hacer una que otra foto de mi hogar.
Me gustan los colores de mi casa. En el blanco que predomina en el ambiente, los colores brillan más, y hablan bastante de mí, de lo que me interesa del mundo, en diferentes tonos y algunos con historias propias. Como el amarillo del Pichirilo, o el morado del pato, o el gris de algunas postales de la pared.
Ahora tomo guayusa porque el jengibre ya se terminó. También tengo una cocacola en los vasos de El Principito. Siento que solo describo, pero no cuento nada. Así podría irse a la mierda un texto que, parecía, estaba tomando una bonita forma.
Pero esto es auto boicot. El síndrome famoso ese. El síndrome del impostor, que mucha gente dice tener. Yo pensaba que era algo raro en esta sociedad de triunfadores.
Flora Alejandra siempre tan soberbia. Tan melancólica. Tan Ella y solo Ella. No estoy alucinando ni desvariando; acabo de leer una de sus frases en Instagram mientras avanzo este relato. Siento que el texto quiere desinflarse; quizá es momento de comenzar a editar.
Pero también necesito cantar.
"Sé que muchas veces dije que el lobo venía, pero esta vez, el lobo está acá".
Intoxicados
El sueño acecha. Ya es medianoche y el cansancio ya no quiere dar tregua. Sí pude editar. Fue una respuesta a la carta visual que me mandó mi amiga Nath. Nos comunicamos con cine y siento que estamos construyendo una obra interesante sobre la observación de la vida cotidiana, con una reflexión de por medio; una reflexión sobre nuestras posibilidades de construir relatos con el azar como el dios supremo de lo impredecible. El gran milagro de la vida diaria.
El sueño perdió la paciencia.
Es hora de ir a seguir soñando.
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