"A lo Barcelona" vale más la pena
En el entretiempo ya me estaba echando la culpa. Mientras comía el recalentado de una cena de hotel que me gané ayer, pensaba que el Barce iba a fracasar por mi equivocada idea de volver a prestarle atención con el afán de toda la vida. Estaba convencido de que yo era el salado, evidentemente, aunque quedaban cuarenta y cinco minutos y por ahí se mantenía una recóndita esperanza de una clasificación "a lo Barcelona", el lugar común que más nos gusta a los barcelonistas, porque es sinónimo de una victoria sufrida.
Lavé los platos con cierta intención cabalística, pensando en que si cumplía esa tarea urgente de casa, el Barce podría cumplir la tarea urgente de empatar el partido, al menos, así evitar los penales y clasificar directo a la siguiente ronda de la fase previa de la Copa Libertadores. El primer tiempo terminó 1-0 a favor de El Nacional, luego de unos diez últimos e inauditos minutos, en los que Barcelona pudo ponerse en ventaja con un penal que se le presentó casi inesperadamente, por una falta que sin VAR no habría existido.
Pero Riveros, el goleador, falló, y pocas jugadas después de ese episodio, El Nacional también consiguió un penal de chiripa, por una mano en el área que también fue detectada y analizada con las cámaras y pantallas que ahora hacen al fútbol -supuestamente- infalible. Ellos sí convirtieron, se terminó el primer tiempo y la desazón en todo el barcelonismo era intensa. Comenzábamos a hacernos la idea de que nuestro querido club iba a quedarse sin copas internacionales este año, y eso iba a significar para mí la renuncia al fútbol. Porque yo era el salado.
También puse a hervir agua para prepararme un té relajante y ver el segundo tiempo con resignación. Igual yo sí sospeché que El Nacional podría sorprender en Guayaquil.
Cuando enjabonaba los primeros platos ya escuché que comenzaban los segundos cuarenta y cinco, como dice ese cliché del periodismo deportivo. También consideré como una cábala el no ver el inicio de la etapa definitiva del partido, considerando que el inicio sí vi y al Barce le fue mal. Mi espíritu supersticioso no me abandona.
No demoré tanto en dejar limpios algunos platos, tazas, vasos y termos, para luego disponerme a sentar a ver lo que quedaba del partido que no quería que se defina por penales. No estaba muy dispuesto a la sufridera que provoca esa manera de finiquitar una eliminatoria en el fútbol. Pero sí estaba listo a sufrir por mi equipo que necesitaba un gol para poner todo en orden, frente a un El Nacional que estaba jugando mejor y con un jugador más, desde el minuto 9.
Como tercera y última cábala para esperar el empate del Barce, me puse pijama. Creía que con esa ropa cómoda, compuesta por un pantalón de calentador, camiseta y un buzo pólar, podía terminar de ver el partido más relajado, con los pies sobre el sofá.
Y así fue. Pasaban los minutos y no había claridad en Barcelona; más bien, prevalecían las imprecisiones de pases, sobre todo, en ambos equipos. Pero El Nacional provocaba cierta zozobra, cada vez que atacaba.
Pasados unos pocos minutos después del minuto 60, es decir, cuando ya faltaba solo media hora para que termine el segundo tiempo, llegó el golazo de Octavio Riveros. Fue un golazo en todo el sentido de la palabra, por el pase previo de Janner Corozo para ponerle un balón precioso al goleador, quien definió con una prolijidad y potencia para emocionarme como en los viejos tiempos.
Pero esa emoción implicó también que aumenten los nervios. Significó que haga remolinos con mi cabello que quiere ser largo, aunque le falta, pero ya se enreda y duele cuando el remolino es muy intenso y desprende (más y más cabellos). Miraba constantemente el reloj, esperando que lleguen pronto los 90 y los minutos añadidos. Me desesperaba ver que los nueve amarillos en cancha se replegaban, cuidando el resultado, mientras yo presentía que El Nacional podría hacer un segundo gol en cualquier momento y el fantasma de los penales iba a amenazar otra vez.
El Barce necesitaba un gol más para asegurar la clasificación. En el minuto ochenta y un poco más, Braian Oyola, jugador virtuoso del Ídolo, desperdició una clarísma frente al área, que la mandó al marcador electrónico. Por mi sufridera ya pronosticaba el fatídico suceso de que llegaba el empate de El Nacional en la última jugada del partido, y esa oportunidad desperdiciada de Oyola se convertía en un error imperdonable que habría condenado a mi equipo a quedarse sin copas internacionales este año, como Boca Juniors.
Hasta que llegó el final. El árbitro aprovechó una falta para Barcelona en medio de la cancha, se acercó a la pelota, la recogió entre unas seis piernas que se congregaron alrededor y dio el pitazo final, puntual a los 95 minutos.
Suspiré aliviado, sintiendo esa satisfacción en la que se convierte aquel sufrimiento singular y popular que provoca mi equipo; lo que significa, verdaderamente, ganar "A lo Barcelona".
Esta vez sirvieron las cábalas. Ya no me siento el salado, y ya me puedo ir a dormir tranquilo.
#UnSoloÍdolo
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