Un desahogo por Saúl, Steven, Ismael y Josué

El 1 de enero del 2025 fue, muy probablemente, el día más triste de la historia en el barrio Las Malvinas de Guayaquil. Para Daniel Noboa, mientras tanto, seguramente fue un día de descanso y placer familiar, quién sabe si en alguna de sus casas en Ecuador, o tal vez viajó a Estados Unidos a recibir el nuevo año. En otras palabras, mientras las familias de Saúl Arboleda, Steven Medina, Ismael y Josué Arroyo, comenzaron este año enterrando lo que quedó de los cuerpos de estos cuatro niños que tenían entre once y quince años, en medio de una tristeza generalizada de vecinos y allegados, el presidente de Ecuador, comandante en jefe de las fuerzas armadas (no es falta ortográfica; es mi intención voluntaria de irrespetar a una institución oscura y criminal), ignoró completamente el dolor de quienes hoy sufren por esta tragedia perpetrada por militares. 

Basta con ver las impresionantes fotos y testimonio de mi amigo Santiago Arcos, que con su cámara y sensibilidad acompañó aquella conmovedora jornada, para entender la dimensión de dolor que invadió el ambiente en Las Malvinas. Y aunque suponer que Noboa tuvo un día tranquilo es solo especular, basta con ver cómo su gobierno nefasto ha actuado frente a este caso, para comprender que la muerte de los cuatro niños de Guayaquil solo es una preocupación política para estos cretinos operadores de poder.


Si este caso no adquiría la relevancia mediática que ahora tiene, no habría sido asumido “seriamente” por las autoridades competentes. Recién dos semanas después de que se perdió el rastro de los niños, el ministro de defensa, acompañado por una muda ministra de gobierno y los altos mandos de las fuerzas armadas y policía, se pronunciaron en un vergonzoso video que circuló en redes sociales, para fingir que estaban interesados en esclarecer los hechos, ya que lo que más les importaba era “rechazar el uso político” de la situación. Evidentemente, dentro de sus cálculos poliquiteros vieron que la tragedia de los chicos de Las Malvinas podía jugarles en contra de sus aspiraciones sucias para seguir siendo gobierno. Por eso, Noboa tuvo que pronunciarse con un comunicado, para ofrecer todas las garantías en la investigación a los responsables directos, sin asumir que él, como comandante en jefe, también tiene responsabilidad, y si quería reivindicarse debía tomar decisiones fundamentales, como separar del gabinete al ministro de defensa, depurar a los mandos medios y altos en las fuerzas armadas. Pero solo fue capaz de sugerir, en una entrevista radial, que los niños asesinados por militares sean declarados héroes. 


También les interesaba cuidar la imagen del ejército y de la policía, instituciones con prontuarios históricos de crímenes de estado por la responsabilidad de sus integrantes, como la desaparición de los hermanos Restrepo en 1988, o el reciente caso de Pamela Ati, mujer militar que fue violada y asesinada dentro de un cuartel del ejército. Así, las llamadas fuerzas del orden o fuerza pública en general, terminan siendo fuerzas represoras criminales, lastimosamente cobijadas por un estado que les mantiene.


Saúl, Steven, Ismael y Josué fueron detenidos violentamente por dieciséis abusivos que, con armas y uniformes, personifican el terror oficial. Es una tragedia que se origina en la patética guerra contra el narcotráfico, que no es más que un capricho de Noboa para hacer apología de su propia imagen como el supuesto salvador de la patria. Por eso se tatúa aves fénix y lo presume en sus redes, apenas dos días antes de que los análisis forenses de los cuerpos de los niños de Guayaquil confirmen que sus cuerpos fueron calcinados, es decir, mientras los padres de los niños y la comunidad de Las Malvinas estaban en vilo por conocer esos dolorosos resultados.


La violencia que el crimen organizado ha instalado en Ecuador es innegable. Por eso necesitamos un plan que, además de la seguridad, considere como prioridad al aspecto social como un factor clave para contrarrestar la amenaza que se siente en las calles. A Noboa, con su plan Fénix, se le ocurrió  mandar a los militares a patrullar y hacer controles de armas y drogas, pero luego de varios meses siguen ocurriendo hechos trágicos, varios de ellos con responsabilidad de quienes salieron a patrullar. Porque también sucedió el asesinato de Carlos Javier Vega, un joven que solo pretendía vender un perro, pero luego de ser detenido en un control militar, cuando se transportaba con su primo en un automóvil, los gendarmes le dispararon en un confuso hecho que también debe ser considerado crimen de estado.


Lastimosamente, el ambiente de inseguridad en Ecuador alienta las justificaciones del uso de la fuerza como solución principal; incluso, normaliza la idea de que existen niños delincuentes y que lo ocurrido con Saúl, Steven, Ismael y Josué es solo una muestra de eso. Frente a esto, solo siento dolor e indignación, porque la sociedad a la que pertenezco se está deshumanizando cada vez más, impulsada por odios políticos, racismo, clasismo y desconexión de la realidad. La tristeza y la ira me nacen porque esa idea también la expresan personas cercanas que respeto, quienes menosprecian la tragedia de Las Malvinas, porque lo ven como algo ajeno de su realidad, lejano de su cotidianidad privilegiada, y se muestran indiferentes ante el dolor de familias que solo por ser pobres y negras no son importantes. Me da vergüenza haber nacido en una sociedad donde la ausencia de justicia social y la solidaridad es un vicio atravesado de generación en generación. Por eso este país ha tenido presidentes como Daniel Noboa.


Mientras Ecuador siga estancado en el subdesarrollo mental de quienes ostentan poder y toman las decisiones cruciales desde sus puestos de autoridades públicas, el subdesarrollo social, cultural y económico seguirá prevaleciendo. Este país necesita una administración que se enfoque en garantizar los derechos básicos a la niñez, como su alimentación esencial, es decir, que sus padres no sufran la carencia de los insumos necesarios para que sus hijos tengan un desarrollo normal, así como una educación que les permita crecer con conocimientos y oportunidades que les alejen del infierno del crimen organizado. Porque es verdad que los criminales se aprovechan de la vulnerabilidad de niños y jóvenes para reclutarles en sus filas, pero eso no les hace delincuentes, sino víctimas de un sistema que los tiene a la deriva, abandonados en la pobreza, germen del crecimiento de este cáncer social, aunque ese no haya sido el caso de los cuatro niños de Guayaquil, porque ellos solo tenían el sueño de ser futbolistas.


A casi un mes de nuevas elecciones presidenciales en Ecuador, me atrevo a pronosticar que esta tragedia se mantendrá vigente en la opinión pública. Desafortunadamente, será un suceso aprovechado por la oposición del gobierno para sacar réditos politiqueros. Ricardo Patiño, ese oscuro personaje del correísmo, ya lo hizo descaradamente; ya transmitió por redes su show de compasión con las familias de los niños de Las Malvinas. Si quería darles apoyo no era necesario que lo grite a los cuatro vientos, porque reveló la verdadera intención de ese “apoyo”.


De todas maneras, esta tragedia sí tiene que ser un punto de inflexión en la reflexión que esta sociedad necesita hacer antes de acudir a las urnas. Aunque el gobierno de Noboa ha sido pura improvisación desde que comenzó, la desaparición y muerte de los niños de Guayaquil puede marcar un antes y un después respecto a su gestión, para que analicemos si este tipo merece seguir al mando de un país, como lo he dicho en otras ocasiones, vilipendiado desde hace décadas por gobiernos que solo actúan para servirse y no para servir. 


Quisiera tener el optimismo de que la reflexión social vaya más allá, sobre todo, de los contenidos de redes sociales, en las que Noboa se ancla para posicionar su falsa imagen de buen gobernante, de hombre atractivo y padre ejemplar. Pero el pesimismo gana, lastimosamente, tomando en cuenta que en la opinión pública indignó más la ridiculización del himno nacional, por parte de una periodista valiente que fue desterrada injustamente, o el simbólico estrangulamiento de un cartón, en un contexto artístico, en el que la “incitación al odio” que interpretó el Ministerio de Cultura fue solo un punto de vista que solo insinuó afanes de censura oficial. 


La persecución judicial e intimidación de Daniel Noboa contra su ex esposa y madre de una de sus hijas, la violencia política contra su mismísima vicepresidenta, su indiferencia ante el caso de Saúl, Steven, Ismael y Josué, de Pamela Ati o de Carlos Javier Vega, su desconocimiento de la realidad precaria en la que viven la mayoría de ecuatorianos, tan surreal frente a la opulencia en la que nació y creció, su manera superficial de consolidar su imagen para ganar el “respeto y admiración” de usuarios de plataformas a quienes los percibe solo como números, para ganar seguidores y votantes, son algunas de tantas razones que deberían indignar más en la opinión pública. Pero eso no ocurre y es muy poco probable que suceda pronto. 


Sin embargo, no callemos. Expresemos siempre nuestro sentir. Ante “verdades” impuestas o tendencias construidas, desahoguemos siempre la molestia y la tristeza frente a la realidad, con la expectativa de que en algún momento las palabras hablen de satisfacción y alegría, aunque todavía en este país eso sea solo una utopía. 

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