Nueva York: una de tantas miradas

En Nueva York me sentí encerrado. O, tal vez, libre. La sensación de encierro fue porque caminar entre multitudes y rascacielos te abruma un poco. Mientras la libertad era sobre todo del tiempo; no caminé presionado por el paso de los minutos y de las horas que, de todas maneras, siempre va a ser acelerado cuando disfrutas el presente.

Sea como sea, en Nueva York hice lo que me había propuesto, aunque en el proceso dudaba de mi capacidad para conseguirlo. 

Estoy haciendo una segunda edición de fotos que hice allá con mi inseparable cámara. La primera fue sobre los perritos de Manhattan, y antes ya había hecho una selección de mis fotos hechas con el celular. Son demasiadas, pero cada una tiene su valor. Cada una es significativa. Algunas solo me traen el recuerdo de haber estado en esas calles; otras me dicen que la mirada actuó a veces inconscientemente, con un asombro silencioso del que queda constancia en fotos que ahora recién descubro mientras reviso parte del archivo.


A esta ciudad la conocí a los trece años, con mis papás y mi hermana Andrea. Viajamos un par de días a visitarle a mi tía Marianita. Me acordaba de pocas cosas. La recorrimos solo unas cuantas horas, en tren, en ciertas calles, en un par de centros comerciales. La descansamos en el departamento donde vivía mi tía. Creo que el recuerdo más fresco que tengo de Nueva York es cuando mi hermana se olvidó el paraguas de la Marianita en el asiento de espera del tren. Le dijo que era un paraguas carísimo y nosotros solo nos reímos.




Las fotos que acaban de pasar son esas de las que no estás consciente sobre lo buenas que están, especialmente este par de imágenes que parecen como de un mismo instante. Con la gente de rasgos blancos por un sector, mientras los de apariencia diferente a la blanca por otro lado, afuera de una embajada. Intuí que esa es la manera en la que conviven los habitantes y visitantes de la capital cosmopolita del mundo, según yo.

Y bueno, las calles, principalmente recorrer las calles era lo que quería, para volverle loca a la mirada, fotografiando y grabando algo de sus entrañas, de esa atmósfera cálida en otoño, donde la gente ocupa un escenario urbano de exagerada exuberancia y caos. Quizá el caos es la gente, esa muchedumbre anónima y muy diversa que pone a latir a a esta ciudad.








O estoy muy optimista hoy, o me estoy dando cuenta que sí logré las fotos que quería hacer en Nueva York. Eso de alejarse un tiempo de lo que uno hace, tomar respiros creativos, alimentarse de películas, libros, escribir y olvidarse un rato de fotos que las tienes pendiente revisar, te ayuda a percibirlas con ojos menos cansados, un tiempo después. Es que tuve cierta sensación de cansancio en ese viaje, pero no de observar, aunque sí de buscar composiciones o situaciones que las sentía parecidas a tantas que he hecho. 

Pero estaba equivocado. Cuando la mirada está conmovida no va a dejar de encontrar imágenes que nunca van a ser iguales a otras que ya pasaron. Ni siquiera van a ser parecidas, porque la luz nunca es la misma, aunque apenas les separe un segundo a una de otra.

En otras palabras, me traje de Nueva York las fotos que quería, aunque dudé de haberlo logrado. Pasaron más de dos meses de estar ahí para darme cuenta que sí pude captar momentos que representan lo que fue para mí esa ciudad a la que es imposible conocerla completa.






Viajé a Nueva York porque quería completar allá el registro de viajes que he hecho los últimos años; grabaciones de cotidianidad de diferentes ciudades, no para presumir donde he estado, sino para jugar con la sincronía de momentos de la pura realidad en diferentes entornos, pero con elementos en común que las pueden enlazar de cierta manera, en un relato que quiero construir al respecto. Contar algo en un documental con pura observación, con puro cine directo que deje constancia cómo mi mirada percibió a París, Ciudad de México, Barcelona, Berlín, Santiago, Pamplona, Sao Paulo y Nueva York. Igualmente, el archivo de cada viaje es muy extenso, aunque revisarlo también produce importantes sorpresas que, de todas maneras, pueden ser contraproducentes en mi afán de concretar la película de un viaje. 

Pero ahora me preocupa la cantidad de fotos que quiero procesar. Recién reviso las que dejé como secundarias en mi primera depuración del archivo que traje. Más de mil, pero después de descartar algunas quedaron todavía más de ochocientas. No me quiero imaginar qué voy a hacer con las "principales". 






Terminé de revisar este primer grupo. Será una primera secuencia que significa una versión sobre mi encuentro con Nueva York. No es la única, porque tengo cientos de fotos más por revisar, escoger, jugar con ellas. Eso. Es cuestión de jugar con diferentes alternativas narrativas para contar, apenas, una de tantas miradas que capté en tremenda urbe.























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