No solo polvo queda del hombre
Acabo de aspirar la alfombra. Quedó nítida. Parece que la dejé limpia, aunque solo haya aspirado el polvo. "No solo polvo queda del hombre", pensé mientras lo hacía, casi remedando una frase bíblica, a propósito de que hoy es domingo, quizás.
Para llegar a esa conclusión pensaba, mientras lavaba la vajilla que usé para mi desayuno, que somos también las cosas que dejamos como evidencia de nuestras vidas; señales que dan cuenta de experiencias diversas, como viajes, el recibir regalos, hospitalizaciones, compras especiales, festivales. Esa última, sobre todo, me provocó una evocación significativa que coincide con esta reflexión.
Es que ahora, entre las chucherías que estaba fotografiando en la ventana, porque el sol les baña hermoso, incluí también el pasaporte de los últimos EDOC, un objeto simbólico que representa mi amor por el cine documental, especialmente visto en los Encuentros del Otro Cine. Inmediatamente después de ver a ese pequeño pedazo de cartón colorido, con el diseño del festival impreso sobre él, me acordé de El Polvo, de Nicolás Torchinsky, la película que más me conmovió en esta edición de los EDOC, desde su forma y contenido, y sobre la que tuve que escribir algo a la salida de la proyección, porque no quería que se desvanecieran mis primeras impresiones de esta obra.
Así que aproveché que contaba con mi libreta y un esfero a la mano, para redactar el texto que transcribo a continuación:
Las buenas películas son las que te conmueven en el instante. Hablar de conmover significa, por ejemplo, exclamar un "qué hermoso" con bastante ímpetu ante una secuencia exquisita, porque el azar intervino de manera divina o, al menos, así lo hace notar el director.
En "El polvo", una secuencia así de sobresaliente es la de una conversación entre dos de los varios personajes que están recogiendo las cosas del protagonista ausente, cuando tienen sus pelucas en sus manos y hablan sobre la calvicie de él, quien, según recuerda una interlocutora, lo explicaba diciendo que su frente le crecía cada vez más. Las dos personas acomodan una peluca rubia y otra negra; melenas que cubrieron la cabeza de July, la pariente que ocupó el lugar que están vaciando, y las prueban en la cabeza del maniquí blanco en las que, seguramente, las colocaba July para mantenerlas bien conservadas.
Es difícil explicar cómo surge la magia en esa secuencia sin verla, pero siento la necesidad de describirla para argumentar lo que expresé de entrada. Siento que el azar se manifiesta en la conversación que sostienen los personajes, aunque el director o montajista probablemente hayan provocado ese diálogo, aprovechando los objetos que intervenían ese momento en escena. Pero, ahora que lo pienso bien, yo creo que la charla surgió espontánea, a propósito de las pelucas.
Y ahora que lo pienso más, siento que esa secuencia es simbólica del simbolismo de esta obra; simbolismo presente desde el acto de vaciar el departamento de alguien que murió, desde los diálogos que complementan las imágenes de cada objeto protagonista, desde esos fragmentos de una vida desperdigada entre el polvo que dejó esa vida extinguida.
No tenía previsto ver este documental. Lo escogí a última hora por referencia de mi amiga y colega cinéfila Nath, quien me dijo que es una peli que haría ella. Revisé la sinopsis, comparé con la de la otra que tenía pensado ver y tomé una correcta decisión.
Qué agradable es descubrir películas así de inolvidables, como seguramente será July para los personajes anónimos que recrean su vida en "El polvo".
Ya sonó la campana para entrar a la siguiente. Larga vida al cine documental.
***
Tuve ganas de corregir muchas cosas en este escrito, pero prefiero ser fiel a mis textos impulsivos, que les doy vida manuscrita en mi libreta, aunque las notas del celular también están repletas de reflexiones, ideas de historias y otras redacciones espontáneas que necesito materializarlas para que no se desvanezcan de mi memoria. De todas maneras, muchas sí se han ido como llegaron, entre las olas del mar de pensamientos en el que estoy flotando constantemente.
Así que, a pesar de lo confuso que resulta en ciertas partes mi comentario inmediato sobre "El polvo", creo que logro expresar lo que me conmovió de ese documental. La importancia de los objetos para hablar de alguien, porque las cosas que acumulamos, o las que decoran nuestros espacios cotidianos, o las que quedan como huellas de lo que fuimos o de lo que hicimos, de forma espontánea o tal vez premeditada, en nuestro hogar o en lugares que nuestra rutina ocupa, son también testimonio de existencias particulares, más allá del monótono polvo que se acumula entre ellas.
Ahora que ya tengo mi propio espacio, todavía con decoraciones pendientes, pienso más frecuentemente en esto, en cómo mi hogar y mis cosas hablarían de mí si en algún momento me ausento, para siempre o momentáneamente. Y solo creo que lo que guardo entre el inventario de objetos conservados con propósitos concretos y los que acumulo sin intención clara, aunque con intuición de que no los debo perder, tienen que ser más importantes que el polvo que deje y que podría no alcanzar a aspirar, como sí pude hacerlo hoy en la alfombra y debajo de mi cama.
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