Las fotos que escribo
(Artículo en constante actualización)
Dos chicos detenidos en una esquina, sostenidos entre ellos con apenas su meñique. El uno le mira atentamente al otro, con un rostro de aflicción intensa que se manifiesta especialmente en sus ojos rojos con huellas de un llanto empedernido. El otro no le devuelve la mirada; él está observando a la nada, al cielo de un atardecer que quiere ponerse fotogénico. Continúo mi caminata sin intentar registrar ese momento.
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Un avión diminuto se pierde en el horizonte. El cielo celeste, limpio, es la superficie en la que alcanzo a verle por única vez, volando apenas pocos centímetros por encima de las siluetas de árboles que están en la punta del cerro que se levanta cerca de la autopista por la que voy viajando a mi trabajo. Imagino que estoy en ese avión, volando hacia un destino lejano y que alguien, no sé quién exactamente, está viéndome físicamente por última vez, con mi presencia reducida a una aeronave ínfima que se desvanece en el firmamento nítido de un futuro incierto. Inquietante sensación.
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Un lazo negro atado a una reja, afuera de una funeraria. En realidad, no es un lazo, es uno de esas agarradores de cabello de mujer, elásticos y de tela, al que siempre le he conocido como chunchi, pero dudo de que esa sea su nombre oficial. Alguien que perdió a un ser querido dejó ese rastro simbólico, en el único lugar pertinente para hacer obvia la manifestación de un luto anónimo.
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Un gatito muerto, al pie de una pared en plena Eloy Alfaro, avenida de alta circulación de carros y personas. Es blanco, tiene unas pocas manchas grises en su cuerpo, sobre todo en una de sus orejas, cola y patas. Está casi mimetizado en el entorno porque la pared tiene colores similares y el gris de la vereda también lo absorbe. Su boca está entreabierta y sus pequeños dientes son visibles; no parece que respira y su cuerpo está demasiado quieto como para creer que solo duerme.
Apenas le veo al paso, casi de reojo, pero eso basta para sentir una tristeza repentina que cuestiona y detiene mi intención morbosa de fotografiar al animalito. Podía captarle con mi celular, pero, ¿para qué?
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Un señor lleva dos palanquetas. Es panadero, supongo, porque está puesto un uniforme, aunque no de cocinero. Acaba de pasar por un cuadrado de la vereda por donde el sol marcó un contraste interesante con la silueta de este hombre. Mira mi celular en la mano y creo que eso detiene mi intención de tomarle la foto.
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Un pichirilo amarillo curva por la esquina. Su techo techo jorobado se desplaza veloz a través de la leve pendiente por donde sube mientras yo bajo. Cuando saco el teléfono del bolsillo, solo queda el asfalto vacío, por donde un segundo antes pasó un escarabajo alemán.
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Una niñita, con saquito amarillo chillón como el del pichirilo, que lleva binchas de ese mismo color en su ensortijado cabello, llora caprichosa en brazos de su mamá, con una carita rosada de anciana estreñida. Me da ganas de captarlas con mi celular, pero va a ser muy impertinente hacerlo frontalmente y a poquitos metros de aquella escena de ternura distorsionada.
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Los ojos intensos y brillantes de la Celeste mirando a los míos mientras corremos al mismo tiempo, con todo el ímpetu que ella le pone al juego y el que me contagia. Ni siquiera hice el intento de encuadrar y registrar ese instante que lo quiero multiplicar por millones, aunque sea sin cámara, durante lo que resta de mi existencia.
🤩🩵🐺
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Un habitante de la calle duerme sentado, o medio acostado, sobre una banca del parque, con su cuerpo arqueado sobre el espaldar bajo. Así el sol le golpea en la cara y le da resplandor a los tonos pasteles de su piel y vestimenta desgastada por el trajín en la selva de cemento. Siento que fotografiarle es invadir la privacidad de su descanso.
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Otro vagabundo observa hacia la nada, mientras fuma y yo le miro. El humo acentúa más el negro de su piel por el contraste. Creo que podría entablar una conversación con este hombre al que no lo veo por primera vez en un sector donde los carros estacionados y los edificios hacen de esa calle una zona de alto poder adquisitivo.
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Mi amiga Ale en una pantalla gigante ubicada en la pared trasera de un edificio. Ríe como siempre lo ha hecho, tan auténtica siempre. Ahora va a salir en Masterchef Celebrity. En algún momento le haré una foto personalmente. Será, tal vez, la primera y única oportunidad que tenga de fotografiar a una celebridad, sin que me conforme solo con su imagen captada en una enorme plataforma publicitaria de la ciudad.
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Una casa abandonada con hierba crecida en todo su terreno, incluso donde, quizás, fue una zona interior de ese hogar destruido. Las paredes están grafiteadas sobre el gris del desgaste, cuya textura ya suele ser un cliché de imagen. Por eso prefiero solo contemplarlo con los ojos.
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