El final de una etapa no acaba una hermandad

En estos días me apareció en Instagram una nueva convocatoria a Quito Cineminuto, un concurso del Festival Internacional de Cine de Quito para participar con un micrometraje sobre un tema relacionado a la ciudad. Enseguida me acordé de la única vez que participamos. Lo digo en plural porque lo hice junto al Jorge y al Alan, mis queridos amigos chilenos que vivían en Quito, con quienes somos los Creadores Unidos por la Comunicación, las Humanidades y las Otredades (Cuchos).

Vivían en Quito porque hace una semana partió el Alan hasta Arica, su tierra natal que está en el extremo norte de Chile. El Jorge ya se fue en marzo, hace casi cinco meses, para instalarse en Iquique, otra ciudad que está arriba de la zona superior de ese mapa estrecho y largo, como lo es el territorio chileno, en la zona donde hay puro desierto bordeado por el océano Pacífico.

Se fueron, casi, contra su voluntad. Porque su voluntad siempre fue mantenerse aquí, buscando oportunidades de trabajo en Quito o en cualquier parte del Ecuador, porque quieren profundamente a este país. Pero las opciones para quedarse cada vez fueron más escasas para ambos. Especialmente en los últimos dos años estuvieron un poco a la deriva, soportando este mar inestable que es Ecuador, remando mientras pudieron, pero sin encontrar una orilla donde anclarse firmes. Así que las aguas del azar fueron las que les condujeron nuevamente hacia el sur del continente.

Para el Quito Cineminuto del 2022 hicimos Sentires al mediodía, un ejercicio audiovisual con el que representamos un fragmento de la extravagante atmósfera del centro de Quito, a través de personajes y elementos simbólicos que representan ese contexto. Me acuerdo que fue la mañana de un sábado cuando salimos a grabar, sin un guion elaborado, solo con las ganas de comenzar a producir algo juntos, como nos habíamos propuesto unas pocas semanas antes, sentados en una mesa del Mote colonial, uno de los lugares preferidos del centro de Quito para los Cuchos.


En la tarde de ese mismo sábado fuimos hasta El Panecillo para almorzar en el sector de restaurantes de esa zona turística de Quito. Un sol tibio y la tranquilidad de no tener nada urgente por hacer nos incitaron a comprar botellas de canelazos, para tomarnos unos cuantos. De aquella vez tengo, sobre todo, el recuerdo de un plan que propusimos hacerlo; el plan de un viaje por la Amazonía, a lo largo del río Amazonas, desde Iquitos, en Perú, hasta Manaos, en Brasil. 

Tal vez suena un poco utópica esa idea, pero tampoco es algo imposible de cumplirlo. Según nuestros cálculos, ese viaje lo íbamos a poder hacer aproximadamente un año y medio después de aquella tarde de canelazos en El Panecillo, pero ya pasaron más de dos años. Eso no significa que sea un plan descartado, pero por ahora todavía es poco factible de realizarlo.

Una etapa se ha terminado, la época en la que pudimos compartir de cerca, entre Cuchos, varios momentos de alegría, reflexión y nostalgia. Con ellos afiancé mi conciencia social que ya la había descubierto y desarrollado, precisamente, en Chile, cuando viví allá. Tenerlos acá cerca fue muy importante para que mi evolución en la forma de entender el mundo se afiance, gracias a las coincidencias de mentalidad que compartimos con el Jorge y el Alan.

Cómo voy a extrañar juntarnos a tomar la cerveza artesanal del Hotel Savoy.  El restaurante de ahí es como un escondrijo aislado del mundo, porque sus salones siempre están vacíos y silenciosos, hasta que llega algún grupo de amigos con sed y con ganas de sentarse a conversar mientras escuchan buena música en la televisión del lugar. A los Cuchos nos gusta Chico Trujillo y Bloque Depresivo, así que esos encuentros en el Savoy estaban ambientados principalmente con la cumbia y los boleros de estos capos que son el mismo grupo, pero solo alternan los nombres de acuerdo al repertorio con el que ofrecen sus shows.

En general, harán falta los momentos compartidos entre Cuchos. Mientras imaginábamos viajes que podríamos hacer, disfrutábamos de la música que nos gusta a los tres o intentábamos trabajar proyectos juntos, implícitamente fuimos construyendo una hermandad muy importante para cada uno. Estoy seguro que, mientras la distancia y el tiempo nos mantengan alejados y a cada uno concentrado en navegar su barquito en este mar que es la vida, la amistad se hará más fuerte.

Estoy seguro que cada uno querrá seguir experimentando nuevas aventuras de vida, en Chile, en Ecuador o en cualquier parte del mundo, donde las oportunidades nos abran puertas a desafíos que, probablemente, surgirán casi inesperadamente, como ocurrió con las oportunidades que les llevaron al Alan y al Jorge de vuelta a su país. 

Yo, por mi parte, siempre tendré la tentación de volver a Chile. Es una idea que ronda frecuentemente en mi cabeza, pero tomar la decisión no es fácil, porque trabajo en algo que me gusta y tengo vínculos familiares y de amistad muy fuertes de los que me costaría alejarme. Pero la nostalgia por esa unión tan especial que tenemos los Cuchos siempre estará latente, y a la vida no hay que anclarla solo en puerto seguro; la vida también merece navegar travesías que traen rutas y destinos sorpresivos, a los que los Cuchos nunca nos negaremos a experimentarlos.

Comentarios

Entradas populares