Dos años después

 Capaz fue una de las tardes más tristes de mi vida, le digo en el chat de Instagram. Y de repente se activa la nostalgia. Quiero quebrarme con un llanto, pero me contengo. No porque no quiera, sino porque estoy intentando manejar mejor las emociones; menos impulso, más reflexión. 

Por ejemplo, si cedía ante el impulso, me inundaba de lágrimas, con un llanto intenso. Pero ahora reflexiono. Obviamente que se me escapan gotitas del ojo, porque nostalgia es nostalgia, pero analizo también esta sensación, que combina melancolía, gratitud, escepticismo. Y así me contengo, algo que espero que no sea reprimir.

Ella responde:

X2 jeje después de que mi papá se fue de la casa 🥺 jeje

Al menos hacía sol

🫠🫠

No me acuerdo del sol, pero sí de cuánto lloramos mientras iba empacando, desprendiéndome del hogar que formé, terminando una etapa de la vida que fue muy significativa. Respondo algo que al escribirlo sí me produjo un incontenible el llanto. Pero no fue impulsivo, aunque sí espontáneo. Porque ahora que ya logré sentirme tranquilo, siento que era un desahogo necesario ante este brote imprevisto de nostalgia.

Ya son dos años desde que me separé de una mujer que me enseñó a querer con persistencia y honestidad. Con quien crecí y aprendí mucho. 

Suena Para qué sufrir . Una canción suavecita, que no necesariamente se conecta con este momento especial, pero la voz de Lafourcade es reconfortante. Como que te arrulla con su tonito tan singular, al borde de desafinar, tan bonito. 

Sii fue tan duro soltar

Tan duro aceptar que ya no iba más

Que bestia de verdad que se me rompió el corazón

Eso me respondió y yo no atiné a responderle con más que emoticones melancólicos. Qué buen recurso son esos dibujitos para expresarse de alguna manera, cuando las palabras no surgen. Porque ante un recuerdo tan palpable ya no hay mucho que decir, sino simplemente evocarlo, procesarlo y seguir.

Me vuelve a tentar el llanto. Es que busqué y abrí La última planilla de luz, y con solo leer ese título mis emociones ya se quieren dejar ganar por el impulso de llorar. Es que me acuerdo que ese texto lo escribí en un par de noches, pero lo terminé en la mañana de ese día que me dejó una de las tardes más tristes de mi vida. Y evoco, sobre todo, esa mañana, tempranito, cuando ella aún dormía junto a la Celeste.

Y me da ganas de leer.

...

Lo leí tranquilo. Lloré en alguna parte, pero sin perder la cordura. Siento que es un buen texto, pese a que tiene uno que otro error de puntuación y omisión de palabras, pero no quiero editarlo; prefiero que se mantenga en su versión original, imperfecta. 

Creo que es un texto sincero, donde no me equivoco en darle énfasis al miedo. Porque tuve miedo desde antes de irme, cuando me fui y ahora que ya no estoy. Pero he aprendido a convivir con el miedo, que no es un problema, sino un mecanismo de defensa ante la incertidumbre que sostiene la vida, a estar prevenido de lo impredecible que puede ser la vida, aunque admito que sí es un inconveniente cuando quiere congelarte en un pánico innecesario que no te permite avanzar.  

Y el miedo es el mismo; tiene la capacidad de mutar en infinitas formas, como una sombra volátil que hace una metamorfosis interminable sobre una pared verde y luminosa. Incluso simula como si fuera más de uno. Pero miedo hay uno solo, que puede acompañarnos toda la vida, aunque solo hay que permitirle que nos defienda.

Cuando el miedo pretende manipular con el temor, es bueno manejarlo también, para evitar que se desate impulsivamente, y resulta mejor reflexionar acerca de ese miedo. Intentar contenerlo para entenderlo y analizar si es verdaderamente algo para paralizarme, o es solo una trampa de una mente sobrepensadora. 

Es lo que acabo de hacer con la nostalgia que me provocó esta conversación de hoy, con alguien que fue capaz de estremecer mis sentimientos lo suficiente, para estar ahora tranquilo y agradecido con esa etapa crucial de la vida.

Mi respuesta a su último mensaje va a ser este texto.

 


Comentarios

Entradas populares