Los amores platónicos
El imposible. El impedido. El improbable. En esas categorías clasifico a los amores platónicos. Todos imprudentes, obviamente. Porque lo prudente es optar por lo lógico, pero ningún amor imposible es lógico. Eso es lo que les hace distintos a los otros amores, siempre y cuando sean verdaderos.
El otro día pensaba en los amores platónicos, porque fue un día en el que les sentí presentes. Ahí caí en cuenta que hablaba en plural. ¿No se supone que hay un solo amor platónico? ¿Por qué digo que les sentí presentes?
Así se cae el mito, entonces. Porque se supone que el amor platónico es único e irrepetible.
De todas maneras, intenté encontrar argumento para lo que acababa de ocurrir. Algo que fue inconsciente, completamente. Y no me costó discernir en cómo el amor platónico puede adquirir muchas formas, y que cada una de estas tenga diferentes objetivos, diversas fuentes de inspiración, épocas distintas.
Así que, la reflexión dejó definidas las tres categorías con las que comienza este texto. El amor imposible es el inalcanzable, el distante, por el millón de kilómetros con casualidades hermosas en el camino que tendría que recorrer para llegar a declararlo, sin la garantía de ser correspondido.
El impedido es al que le aplasta una circunstancia que no le permite florecer, aunque brote. Como una piedrita que tapa a dos cactus que quieren crecer juntos. Y lo podrían lograr, si unen fuerzas para desplazar el peso de las circunstancias para erigirse radiantes y juntos, de lo contrario, ese propósito quedaría enterrado.
El improbable es el más probable. Es el más difícil de explicarlo porque es el más real, también. Porque la ilusión que te provoca no es absurda; te plantea escenarios verosímiles en tu sobrepensar y esperas que, de un momento a otro, los planetas y las estrellas con las dos lunas de marte se alineen a favor tuyo y puedas por fin cumplir tu sueño de estar con ella. Puede haber alguna posibilidad de que ocurra. Ojalá.
De todas maneras. no es posible explicar el amor; tal vez, describir lo que a cada amor le hace particular. No hay un sentimiento convencional que se extiende a más de una persona, porque cada persona provoca sensaciones inéditas.
En ese caso sería mejor pensar en la persona que inspira ese amor. Partir desde su belleza, por ejemplo. Pensando en sus ojos, en su sonrisa, en la importancia de su presencia que aliviana mis tensiones, en los momentos significativos que hemos compartido o que podríamos compartir.
Lo que podríamos compartir. Eso es lo que imagino y lo que me permite deducir si ese amor que deseo es imposible, es impedido o es improbable. Compartir, por ejemplo, una conversación entretenida que va escalando, sin que ambos nos demos cuenta, hasta llegar a un beso inolvidable. Algo tan cursi como eso o algo más cotidiano, pero hermoso, como bañarnos juntos.
Imaginación y deseo juegan, o, tal vez, es uno solo. La imaginación que se vuelve deseo, pero el deseo se sostiene en lo que imagino. Hay admiración, hay cariño, hay respeto, hay complicidad, hay encanto, hay sentimientos comunes, hay recuerdos, hay tantas razones que sustentan estos amores platónicos, no todos atribuibles a los tres, pero sí de intensidades similares como para considerarlos lo que son.
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