Por fin, un vino

Al fin puedo tomarme un vino en mi nuevo hogar. Dos semanas después de mudarme acá. Dos semanas en las que ocurrieron cosas importantes, como el asalto del que salí bien librado, aunque con un golpe feo en mi cabeza y mi cumpleaños. Así que hay motivos para brindar, eso sí, siempre por honor, ante todo.

Hoy, al fin, me sacaron los tres puntos de sutura que me hicieron por el corte en mi cabeza que me hizo el ladrón que no me pudo robar. Aún quedan costras en las heridas, pero ya solo tengo que esperar que caigan solas. Después quedarán las cicatrices. Dos cicatrices más para mi prontuario de heridas que me ha dejado la delincuencia en Quito.

A propósito de la delincuencia, hoy la desafié. Contravine mi decisión de no exponerme otra vez a la inseguridad y caminé desde la casa de mis papás a mi casa. En distancia debe ser unos pocos kilómetros, entre tres y cinco, tal vez. La tarde estaba despejada, ya casi entrando en el crepúsculo, pero aún con una claridad que me dio confianza. No iba solo, además. La Celeste iba delante mío, como siempre lo hace, guiándome, aunque yo marque el camino. 

Corrimos el primer tramo que era una bajada. Luego cruzamos La Carolina que, pasadas las seis treinta de la tarde, aún tenía ambiente de parque. Después caminamos por la República de El Salvador, sector de grandes edificios, varios restaurantes, cafeterías, heladerías y lugares que convocan a la gente que da vida al sector y que en nuestra caminata nos dieron seguridad para transitar con cierta tranquilidad.

Es que no puedo hablar de plena tranquilidad, lastimosamente. Porque cada sonido de moto, por ejemplo, me pone alerta. Sobre todo, ese runrún suavecito de la moto en marcha lenta, como si avanzara con el motor apagado, me enciende el pánico, porque ese sutil ruido fue la antesala del ataque que recibí hace pocos días. Y claro, esas aceleradas de los motores también me ponen nervioso y regreso a ver al instante, alerta y dispuesto a evadir a cualquier zoquete que pretenda hacerme daño.

El último tramo para llegar a mi casa tuve que estar más atento. La avenida por donde caminé estaba un poco más desierta de transeúntes, aunque no de carros, así que eso, de todas maneras, me mantuvo sereno, aunque agitado, porque el paso era apurado, ya que quería llegar pronto.

Y llegamos. Aliviado y feliz por la compañía de mi Chele que, a pesar de la buena caminata, llegó con ganas de jugar con su pelotita favorita. ¿Y cómo negarse?


Me he terminado la primera copa de un nuevo vino chileno que encontré. Bravio Arlequin Co.  Carmenere del 2021. Dulce, con cierto amargo al momento de sobre saborearlo en la lengua, con una textura consistente, nada espumosa. No me considero catador de vinos, pero sí alguien con un nivel de palabrería interesante, capaz de describir con las primeras palabras que se le ocurren, la experiencia de tomar un vino que lo disfruta de una manera especial. Quizá los que se consideran catadores tienen ese mismo don, y viven engañando a los que les creen que saben lo que saborean y hablan. Quizá.



Me siento cómodo escribiendo en mi estudio. Creo que momentos como este fue lo que imaginé cuando vine a conocer esta suite para alquilar, y lo que me hizo convencer pronto de aprovechar la oportunidad. Todavía uso mi mesa redonda temporal, tan útil y portátil que me está haciendo considerar usarla como escritorio en mi estudio. Lo que sí me hace falta es una silla más apropiada para un lugar como este. No es incómoda la silla de plástico en la que estoy, pero sería mejor alguna con un buen espaldar donde apoyarme cuando me gana el sueño escribiendo, retocando fotos o haciendo videos, para que después mi cuello no sufra las consecuencias de caer rendido con la cabeza muerta, hacia adelante o hacia atrás.

Escucho a John Coltrane por una recomendación de Jimena Gonik, una artista que acabo de descubrir. Ella tiene la osadía de recomendar un álbum de música por día, durante todo el año, en su perfil de Instagram, de verdadera música, sea el que género que sea, pero que tiene un proceso creativo significativo que le antecede y, además, historias peculiares relacionadas a los artistas y a los álbumes que recomienda, lo que hace que sean verdaderas joyas. Mi nuevo amor platónico ha nacido.

Ya mismo termino la segunda copa y tengo un flashback hasta Chile. Recuerdo la época de la maestría, cuando tenía que experimentar para hacer las tareas prácticas que nos mandaban Agüero o Carlos Flores, mientras tomaba vino, copa tras copa. Las tareas eran ejercicios audiovisuales sobre la luz, sobre anomalías, sobre la mera observación a la cotidianidad, entre otros retos cuyos resultados no me hacen sentir muy orgulloso, pero, al menos, sé que fueron parte del camino que tuve que recorrer para sacudir mi mirada y hacerla más libre, dispuesta a jugar, probar y experimentar siempre.



Comienzo mi tercera copa de la noche, tal vez la penúltima, porque luego ya se acabará la botella. Y podría seguir divagando para construir un texto eterno. Aunque, pensándolo bien, creo que quienes disfrutamos de escribir, somos autores de un solo texto, que se divide o clasifica en innumerables capítulos o secciones, según el estado de ánimo o la intención que motive a ese texto, pero, a la final, hay una sola obra que representa a un solo autor o autora.

Así que hasta aquí podría llegar este capítulo. Pero antes de cerrar siento el impulso de brindar por esta vida irregular a la que tenemos que regirnos. Esta vida de sentimientos que no son definitivos, como mi propio tatuaje lo dice y debería tenerlo presente; eso de que No feeling is final, aunque todos y todas quisiéramos existir en el clímax de la satisfacción perpetua. Pero no es posible, porque somos humanos. Somos imperfectos. Por eso debemos estar dispuestos a sintonizar con esta vida que solo intenta equilibrarnos, para no atontarnos en la algarabía, ni rendirnos ante la desesperanza.

Salud por honor.




P.D.: Díganle a mi Mamá que me tomé un vino solo y escribiendo. Uno de los temores que ella tenía por independizarme. Pero creo que lo hice bien y era necesario vivir este momento.

P.D. 2: Espero que el siguiente vino en mi casa lo comparta con alguien que me provoque taquicardias.





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