#Opinión: ¿Cómo llegó Ecuador a caer en un pozo (aún) sin fondo?

No me basaré en nada más que mi experiencia personal. No importan ideologías políticas, creencias religiosas, estadísticas oficiales o extra-oficiales, rumores, cuentos, complots que la historia deja. Me basaré, únicamente, en mi experiencia propia de crecer en este país durante treinta y siete años, con excepción de dos años en los que viví fuera, pero en los que el país no tuvo mayores sobresaltos, a excepción de un terremoto. Gran sobresalto, por cierto.

Así que, me acuerdo que de pequeño, en los viajes a la playa, estaba acostumbrado a ver los pueblitos que aparecían por el camino, con un asombro increíble de la pobreza que les caracterizaba a cada uno de esos lugares que aparecían entre curvas, neblina, más curvas, groseros rompe velocidades y un calor creciente. Pero no estaba consciente de eso, es decir, del asombro que me producía eso, aunque sí de la pobreza que tenía ante mis ojos, que la veía tan lejana, tan exótica, tan ajena a mí, sin darme cuenta de que esa era la realidad del país en el que nací.

Es que uno de niño no se da cuenta de esas cosas, porque la curiosidad prevalece. Al menos así sentía yo, una curiosidad superficial, quizá hasta cierto punto morbosa, por mirar esa precariedad a través de la ventana del auto. Era casi instintivo concentrarse en observar esas casas de plástico maltrecho, de cemento cuarteado o de madera podrida; niños y niñas correteando descalzos, con ropa sucia, mientras pateaban botellas de plástico, muy sonrientes y entusiastas (de todas maneras); caminos agrestes, vacíos y polvorosos, que trepaban lomas desde la carretera principal, por donde pasaba mi papá en su Trooper y su familión de siete, hasta las cimas de cerros inhóspitos; señores semi acostados en sus asientos oxidados, con media panza, mirándote también como un ser diferente a él, como el privilegiado, quizá.

No sé si era costumbre, pero sí algo habitual que al menos una vez al año viajábamos a la playa. Así que, de mis casi treinta y ocho, al menos unos veinticinco años, sumando viajes con amigos o con pareja, y tomando en cuenta que han habido algunos años en los que no se ha podido viajar a la playa, he visto esas escenas repetidas, aquellos fragmentos significativos y contundentes del subdesarrollo en el que Ecuador se encuentra estancado.

Metáfora de la realidad ecuatoriana de las últimas tres décadas, considerando que mi memoria comenzó a archivar recién desde que tuve seis años, aproximadamente. Tremenda metáfora de la desigualdad, que es la materialización del subdesarrollo, porque esta sociedad ha generado una brecha cada vez más extensa y profunda, entre el rico que tiene derecho a progresar, y el pobre que necesita mayores oportunidades para ejercer el derecho a progresar. Enorme diferencia que los políticos desgraciados ignoran con descaro y sin reparos. 

Entonces, la brecha social de Ecuador se ha convertido en un inmenso pozo. La luz solo llega hasta su superficie, la superficie de las ciudades grandes, centralizadas, mientras las sombras se apoderan de la zona profunda, de las entrañas desdichadas del país, de esos pueblitos - y muchos más- que veía en mis viajes a la playa, de pequeño. 

La penumbra crece, insinuando a la superficie con apagarla también, al tiempo en el que unas cucarachas, todas confabuladas, horribles y malas, depositan sus huevos, deliberadamente, en aquel terreno fértil. Aunque es necesario un control de plagas, también es urgente aprovechar aquella fertilidad, para sembrar un bosque donde las cucarachas son abejas, mariquitas, luciérnagas y mariposas.

Basta de metáforas (por hoy).

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