#Cine | Ayer volví del sur: ¿autocrítica o justificación?

Ayer volví del sur es mi primer documental. No me he enorgullecido mucho por esta obra. No sé si será algo común que la gente que decide comenzar a incursionar en el cine adquiere la costumbre, más mala que buena, de querer hacer películas del estilo de las que le gustan. 

Si es un perfil interesante de algún personaje entrañable, intenta imaginar con quién podría construir una película parecida. Si es un film basado en una denuncia social, le da ganas de estar a cargo de una investigación tan profunda como la que sustenta esa obra que le conmueve. Si es un road movie cree que ya le ganaron una buena idea que puedo haber materializado con el archivo que conserva en su disco duro.

Eso último me ha ocurrido a mí. He visto películas de viajes o de observadores de la cotidianidad y me he recriminado por no haber construido así a mi peli. Creo que principalmente han sido las historias que las sostienen y son muy elocuentes en las respectivas películas, a diferencia de Ayer volví del sur, en la que tal vez no hay una historia, pero sí la construcción de una mirada, la definición de mi estilo, la expresión de mi interés natural como observador, un relato con imágenes que me conmovieron.

Hay un testimonio implícito ahí, del realizador ante su público; mi manifiesto de inmersión en el mundo cinematográfico.

Para este documental partí desde la intención de darle estructura a lo fotográfico. Los dos años que viví en Santiago, y ciertos viajes que pude hacer al norte y al sur de Chile, acumularon un inmenso material de archivo que almacena una colección de registros inéditos de la cotidianidad, no solo porque nadie más lo haría igual, sino porque representan la materialidad de la evolución de mi mirada o, mejor dicho, del desarrollo de mi mirada. Creo que antes solo veía, no observaba verdaderamente.


Recuerdo que para ser parte de la maestría en Cine Documental de la Universidad de Chile había que inscribirse con un proyecto para realizarlo al final como tesis. Allá por los inicios del 2015, mi mente y mirada aún estaban encapsuladas en la formalidad del periodismo. Eso me hizo proponer un tema aburridísimo, que consistía en hacer entrevistas a personajes emblemáticos de la cultura chilena, para construir así un retrato de la sociedad de ese país, o algo así. En otras palabras, un reportaje.


Ese tema planteado no resultó atractivo para el comité de selección y no aceptaron mi postulación, pero un pequeño gran error hizo posible que tenga la oportunidad de entrar. El coordinador de la carrera envió mal el correo de notificación, nunca lo recibí y yo ya había llegado a Chile a instalarme porque en primera instancia sí recibí una carta formal de aceptación, firmada por Agüero, el gran Ignacio Agüero, con quien también tuve una entrevista en línea al comenzar con mi trámite de postulación.


Pasados los años me doy cuenta que mi disposición a percibir el mundo de maneras más libres y menos conservadoras, como estaba acostumbrado hasta antes de mi experiencia en la maestría, me permitieron disfrutar de la experiencia y gestar la manera en la que ahora observo el mundo, con fotografías, con videos, con literatura, con cualquier manera para la que yo esté apto de aproximarme y representar los fragmentos de realidad que logro capturar. Entonces, mi propuesta original con la que no me hice merecedor de entrar al máster no se desvaneció del todo, simplemente se transformó en una obra totalmente alejada del planteamiento reportajístico, para adquirir un verdadero estilo que puede definir a un autor, como lo interpreté líneas arriba, pero que también, de cierta manera, hace una representación de una parte de la sociedad chilena, quizás.




En Ayer volví del sur hay una articulación de escenas memorables para este observador obsesivo de la cotidianidad, que no deben desvanecerse en un archivo que con el tiempo desaparecerá. Son imágenes capaces de estructurar un relato, supuestamente experimental, pero relato, al fin y al cabo. Es un viaje.




En cuanto a cuestiones formales, debo reconocer que tuve un mal gusto para colocar textos. Ni la tipografía, ni las sombras se ven bien (sobre todo en la aparición del título). Creo que solo el despliegue de las frases en diferentes sectores de la pantalla no me incomoda, pero el estilo no es el mejor, aunque lo que dice su contenido lo sigo suscribiendo. Quizá en ciertos momentos sueno algo pretencioso con algunos intentos "poéticos", pero aunque no funcionen como tal, también son parte de mi experimentación.




Además, Agüero tenía razón. El gran Ignacio Agüero me dijo que esa música que utilicé en la escena de la mujer de la plaza era innecesaria y, hasta cierto punto, una falta de respeto a ella. No entendí esa observación cuando me la hizo, pero ahora sí. Ahora sí creo que ese registro no debía prescindir de su audio directo. Con la música manipulé la situación y al personaje a mi antojo, un gesto indudablemente ajeno a mi estilo que no lo volvería a cometer. Pero de los errores se aprende.



Quizá solo yo entiendo la puesta en relación de las imágenes. Algunas son muy obvias, no sé si para todo espectador, pero para mí, por supuesto. Eso me impide analizar Ayer volví del sur con algo de neutralidad. Pero es imposible, la misma subjetividad que intervino para hacerla, ahora pone mis ojos sobre mi propia creación. Eso sí, la he vuelto a ver con intención de autocrítica y esto fue lo que se me ocurrió mientras transcurría este documental de aire nostálgico, composición fotogénica y ritmo relajado. No hay que tratar de entenderlo, solo disfrutarlo.


¿Fue un ejercicio etnográfico sobre una sociedad a la que me aproximé con mi cámara?






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