A pesar de estar en Chile

Lo que primero me impresionó fue un carro aplastado por un inmenso bloque de cemento, que en realidad era un puente que se había desplomado justo cuando una pareja de esposos transitaban por debajo. “Qué horrible manera de morir”, pensé al ver que solo un poco de la parte trasera del vehículo se había librado de hacerse añicos.

También fue impactante ver la torre de control de un aeropuerto, mientras varias personas contemplaban desde lejos las ruinas. Probablemente estaban cerca de aquella edificación y alcanzaron a huir antes de que les sepulte la montaña de concreto en la que se transformó.

Me sorprendió la destrucción parcial del techo que estaba encima de la boletería de un cine, cuyos retazos pequeños de plástico y hormigón estaban esparcidos en el suelo y un fragmento grande aún colgaba con el riesgo de caer completamente. Afortunadamente no había gente presente.

No soy corresponsal de guerra, ni un redactor de crónica roja tentado por hacer apología de una catástrofe. Ni siquiera estaba presente en los sitios donde ocurrieron los desastres descritos. Todo lo estaba viendo desde lejos, a miles de kilómetros de distancia, mientras viajaba en metro hacia mi hogar y averiguaba en mi celular lo que las redes sociales informaban acerca de un sismo fuerte que había sacudido a Ecuador pocos minutos antes, cuando me encontraba en el rodaje de un videoclip. Fue la noche del sábado 16 de abril.

Pocas edificaciones soportaron el terremoto de 7.9 grados (Foto: Marola).

Me enteré de la situación a través de mensajes inquietantes.“¿Cómo están hermanos? ¡Qué horrible tembladera!”, escribió mi hermana.  “Quito acaba de temblar. Largo y rotatorio”, complementó mi papá. “¿Todos bien?”, preguntó un amigo. Al leer todo eso, inmediatamente me puse muy nervioso,aunque no tardé en recuperar la tranquilidad  porque mi familia y mis amigos me respondieron enseguida que estaban sanos y salvos.

Vivo en Santiago de Chile desde hace un poco más de un año y en esta ciudad hay temblores frecuentes. En ocasiones son de alta magnitud, pero muy pocas veces producen consecuencias graves, y por eso no cuesta acostumbrarse a ellos. Quizá ese criterio me hizo pensar que la tierra había temblado sin mayor trascendencia en mi país.

Sin embargo, por la llamada de un amigo salvadoreño que vive en Santiago, temí que las malas noticias recién estaban por llegar. Él me preguntó si ya había hablado con mi familia porque vio en CNN que un terremoto había azotado a Ecuador.

Llegué apurado a mi departamento, con la impaciencia por conocer más detalles sobre el suceso. Eran aproximadamente las 23:00 en Chile y las 21:00 en Ecuador. El suspenso se prolongó casi una hora, porque justo esa noche estaba fallando el servicio de internet y en la televisión solo tengo accesos a canales locales, y lo único que encontré de Ecuador fue, por pura casualidad, un reportaje sobre Guayaquil, la ciudad más grande y puerto principal de mi país, que consistía básicamente en una muestra de lo mucho que comió el presentador durante su visita a esa localidad, con la excusa de hacer un recorrido turístico.

Cuando al fin pude ingresar a la web, la tragedia se evidenció por sí sola. Flujos imparables de tuits precisaban las primeras cifras de víctimas mortales y ciudades destruidas que alimentarían los titulares de noticieros y periódicos a la mañana siguiente. Pero las palabras se perdían entre las innumerables imágenes de una auténtica hecatombe suscitada en la costa norte del Ecuador, principalmente en zonas donde prevalece la miseria.

La reconstrucción implicará años de esfuerzo del gobierno y ciudadanos ecuatorianos (Foto: Marola).
Intenté prestar atención a las palabras del vicepresidente del Ecuador, en el primer pronunciamiento de las autoridades ante el lamentable acontecimiento, pero mi consternación me ofuscaba. Veía incontables fotos en las que prevalecían escombros; evidentemente, lo angustiante era pensar en lo que estaba por hallarse debajo. A pesar de estar en Chile, sentía muy de cerca la desgracia por la consternación que me invadía, pero al mismo tiempo me frustré por estar lejos de gente que no podrá rehacer su vida sin la solidaridad de sus compatriotas.

Mientras se difundían nuevas imágenes y cifras, recordé que un año y medio atrás trabajé para el periódico ecuatoriano más sensacionalista. Imaginé que estaba presente en el lugar de los hechos, asimilando el escenario desolador que habría tenido que describir y enfrentando el dilema de cumplir con mi oficio o con la tarea urgente de ayudar a salvar vidas.

Casi una semana después, el panorama es más crítico. Las víctimas mortales bordean las 600, están reportadas 130 personas desaparecidas y ya se han rescatado 113.Los sobrevivientes aún tienen que soportar las fuertes réplicas. Entre tanta mala noticia, entusiasma el apoyo masivo que se ha manifestado desde las grandes ciudades del Ecuador y desde muchos países de Latinoamérica y el mundo; una buena razón para esperanzarse de que mi país podrá volver a levantarse.

La tragedia es oportunidad para impulsar el crecimiento de localidades
que viven aisladas del progreso del resto del país (Foto: Marola).

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy claro y fiel a lo ocurrido

Entradas populares