Museo de una degradante rehabilitación social
El abandono y la podredumbre, ya se percibían desde afuera del Ex Penal García Moreno. Un depósito grande de basura, situado frente al recinto carcelario, estaba atestado de fundas que emanaban un hedor nocivo, mientras el asfalto de la calle aledaña al lugar está desgastado y las veredas cuarteadas.
Ese panorama da la bienvenida al visitante de "Espacios Vacíos", una iniciativa de autoridades ecuatorianas para abrir las puertas de una prisión histórica de Quito a la comunidad, cuyos huéspedes fueron desalojados progresivamente el año pasado. La gente puede apreciar una exposición fotográfica que exhibe la manera de cómo transcurrieron los 139 años de funcionamiento de ese establecimiento, localizado en el barrio de San Roque, al suroccidente de la ciudad.
Un portón metálico de rejas,
originalmente blanco pero con evidente desgaste en su pintura por un óxido
predominante, es la primera muestra del estado en el que se encuentra el
edificio. Por allí sale Rina Vásquez, una de las guías de la exposición, quien
invita a pasar a un grupo de unos quince asistentes, “para que vean la realidad
de cómo vivieron las personas y cómo fueron tratadas; unas con privilegios y
otras no”.
El Penal García Moreno tuvo ese nombre original porque su construcción se llevó a cabo por disposición del ex presidente Gabriel García Moreno, en 1869. El recorrido por
esta prisión confirma la percepción de que este ‘Centro de Rehabilitación
Social de Varones Quito, No. 1’, último nombre con el que fue denominado desde
1982, era un mundo degradante. Las mafias internas, la violencia y el hacinamiento
que reinaban en el sitio, pueden sentirse al caminar por los lúgubres pasillos, algunos iluminados con una luz blanca que hace más pesado el ambiente, y otros con la tenue presencia
del sol que penetra a través de tragaluces en techos de pisos superiores.
El encierro no era el peor castigo
Observar cada una de las 270 celdas de 7,6 metros cuadrados, que originalmente fueron destinadas a ser individuales, pero que terminaron albergando aproximadamente a 2.000 reos, es conectarse con el pasado del lugar. En la mayoría predomina una liviana pestilencia que mezcla olores de humedad y de sudor de pies. Al ver varios colchones y ropa aspergeada en calabozos de paredes sucias y pisos deteriorados, el visitante puede imaginar a los presos ahí, estrechos y encerrados en un entorno que seguramente hizo añicos su autoestima y ganas de rehabilitarse. No obstante, ciertas fotos de la exposición también muestran el lujo en el que vivían algunos presos, en celdas exclusivas con ventilación, televisor pantalla plana, sillas con asentaderas de cuero y dispensador de agua. Esa inequidad del trato a la que se refería la guía.
El encierro no era el peor castigo
Observar cada una de las 270 celdas de 7,6 metros cuadrados, que originalmente fueron destinadas a ser individuales, pero que terminaron albergando aproximadamente a 2.000 reos, es conectarse con el pasado del lugar. En la mayoría predomina una liviana pestilencia que mezcla olores de humedad y de sudor de pies. Al ver varios colchones y ropa aspergeada en calabozos de paredes sucias y pisos deteriorados, el visitante puede imaginar a los presos ahí, estrechos y encerrados en un entorno que seguramente hizo añicos su autoestima y ganas de rehabilitarse. No obstante, ciertas fotos de la exposición también muestran el lujo en el que vivían algunos presos, en celdas exclusivas con ventilación, televisor pantalla plana, sillas con asentaderas de cuero y dispensador de agua. Esa inequidad del trato a la que se refería la guía.
Las imágenes están desplegadas a lo largo de los cinco pabellones del recinto carcelario, construido en forma de panóptico, con una torre central de vigilancia. En algunos casos, la memoria gráfica se vincula con el sitio en el que está expuesta, y así, por ejemplo, afuera de una celda vacía del pabellón D, donde solo quedó pequeño letrero de Coca-Cola en su puerta, está la foto de los productos que allí se vendían, como azúcar, arroz o papel higiénico.
En el pabellón C, el visitante se encuentra dos mesas de billar abandonadas, una verde y una roja. Un pequeño papel pegado en la pared fijaba las condiciones para usarla: “1/2 HORA 0,75 ctvs; 1 HORA 1$”. Todo negocio dentro de esta prisión era autorizado después del pago de un ‘impuesto’ entre $300 a $800 a los reos más respetados y confabulados con guías.
Algunas fotografías también evocan las actividades recreativas los reclusos practicaban en los patios de la prisión, como "los cocos", un tradicional juego similar a las canicas. En los últimos tiempos funcionó un gimnasio, del que ya no existía ninguna máquina, solo su letrero pintado en su pared exterior, así como un taller de carpintería que tenía cerradas sus puertas a los visitantes.
El pabellón más violento fue el
B, donde estaban encerrados homicidas, ladrones y violadores. Ahí, Daniel
Camargo, un psicópata sexual colombiano, fue asesinado en 1994 por otro
recluso, quien le cortó la oreja a su víctima para colocarle velas alrededor.
Otro episodio histórico
mencionado por la guía, fue el que tuvo como escenario la celda 13 del pabellón
E, cuando Eloy Alfaro, ex presidente del Ecuador, estuvo ahí pocas horas del 28
de enero de 1912. "Vinieron prostitutas y delincuentes a llevarle. Arriba
le dieron un tiro, le cercenaron los dedos y le botaron al primer piso, desde
donde fue arrastrado hasta El Ejido, donde le quemaron”. El calabozo es
denominado “Celda Museo Eloy Alfaro”, donde existe un busto del mandatario
asesinado.
La visita concluye en el pabellón
A, el más pequeño y en el que permanecieron políticos, banqueros o
narcotraficantes influyentes. Las fotos colocadas en ese segmento del recinto
son las del nuevo centro de reclusión, a donde fueron trasladados los ocupantes
del Ex Penal García Moreno y en el que reciben un trato más humano.
El miedo invade al barrio
Ahora que el Ex Penal García
Moreno se encuentra abandonado, los habitantes del sector están preocupados. Una vecina, que prefirió no identificarse, cuenta entre sollozos que desde que la cárcel dejó de
funcionar, el barrio “se ha llenado de gente mala”, porque asegura que antes
existía mayor presencia policial. Su angustia y preocupación son inevitables.
José Flores, comerciante que
tiene una tienda de abarrotes a pocos metros del panóptico, también siente
mayor inseguridad en la zona. Además, lamenta que las ventas se han reducido,
porque la gente que visitaba a los reos era su principal clientela.
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