La no mudanza

Tengo mucho que arreglar. Un desorden inaudito. Así no se puede vivir. Por eso, sí o sí, tengo que poner mi casa en orden y limpia. Hoy, 30 de diciembre del 2025; mi segundo día de vacaciones.


Me acordé del 24 de mayo del 2021. El día que se posesionó Lasso en la presidencia. Yo escuchaba su discurso en la radio que incluía el departamento al que me estaba mudando. Recomenzaba mi matrimonio, era el último intento de salvar la relación. Teníamos la esperanza de que los cuatro meses que estuvimos separados y ese nuevo comienzo iba a renovar el entusiasmo. Y sí sucedió. Sí nos entusiasmamos, pero no fue suficiente. La voluntad se acabó en menos de un año, junto con la única relación formal que he tenido en la vida.


Hoy también quiero escribir esto. Me funciona para sobrellevar la ansiedad que me produce ver todo lo que tengo que ordenar y limpiar. Pero es necesario hacerlo, aunque no haya apuro. Así que respiro, escribo y tomo un sorbo de Coca Cola. Son las once de la mañana, el café ya se acabó. Apenas barrí un poquito la alfombra y guardé todas las golosinas en un bolso navideño. Se me acaba de ocurrir regalarle a un niño de la calle, no porque me sobre, sino porque esas golosinas le harían más feliz a alguien que sí las disfruta.


“Ya no hay dolor. Ya no duele y no va a doler”, grita la multitud en el parlante. Sí, ya no hay dolor, aunque a veces sí hay nostalgia. Siempre hay nostalgia, aunque a veces quiera ser melancolía. “Me fui cayendo a pedazos. Solo quedaron retazos y no los pude juntar”, canta ahora el parlante para afianzar esa melancolía, esa tristeza que a veces me provoca el pensar lo que perdí; pero la vida es así, de pérdidas, de finales, de cambios, de duelos, de ausencias, de soledades, de un tiempo que te da la oportunidad de aprovecharlo para luego vivir añorando lo que supiste disfrutar.


Lloro. Lloro cuando escucho canciones tristes y porque la nostalgia hace llorar de alegría o tristeza. Yo no sé de qué lloro ahora, pero me hace bien, como escribir esto.


Miro a mi alrededor, con casi todo el desorden intacto a mi alrededor. Tengo que lavar frutas y platos. Barrer mi estudio y mi dormitorio. Limpiar polvos. Lavar el baño. Botar papelitos y chucherías que conservo innecesariamente. Tender la cama. Etcétera.


Asumiré esto como una no mudanza, porque siento que necesito las energías para organizar mi hogar cuando me mudo a un nuevo lugar, aunque ahora apenas necesite ponerlo en orden. De todas maneras, puedo asumirlo como una mudanza simbólica, a ver si eso me funciona para evitar que la nostalgia vuelva a convertirse en melancolía.


Como dice el Pity, es hora de poner a Intoxicados.

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