Escribir por escribir
Caminaba hoy de vuelta a mi penthouse. Ya estaba oscuro. Tal vez eran las 19h45, o por ahí. Pensaba que no he escrito en algunas semanas. No tengo una explicación concreta a eso, simplemente no he encontrado motivos de escribir, después del último texto dedicado a los queridos Cuchos.
Precisamente desde ayer retomé comunicación con ellos, hasta ahora en la noche que pude escuchar unos audios de cada uno. El Jorge dijo que tuvo que hacerse exámenes de próstata; el Alan contó que encontró oportunidades de trabajos y becas para doctorados en Brasil. Ambas situaciones coinciden en cosas que me han pasado o que he pensado últimamente, porque mi vejiga no se ha estado comportando normalmente, ha estado hiperactiva, según leí en internet, porque me obliga a ir repentinamente al baño y es difícil aguantarse. Puede ser que también necesito visitar a un urólogo como lo hizo el Jorge. Además, he estado pensando constantemente en que mi vida necesita tener un giro radical y una beca para un doctorado puede ser una alternativa para tener un nuevo punto de inflexión de la existencia.
Así que procuro escribir por escribir. Escribir, por ejemplo, contra el pánico que no dejan de provocarme las motos. Apenas hoy, cuando ya estaba llegando a mi casa, escuché que desde lejos, a mis espaldas, se acercaba una moto. Eso implicaba que venía en contravía, en dirección hacia mí. Enseguida tuve un flashback a la mañana del asalto que sufrí, a la vuelta de mi hogar. Es que los desgraciados también recorrieron un tramo en sentido contrario de la calle, para después arremeter contra mí.
Así que el pánico me obligó a correr los escasos veinte metros, aproximadamente, que faltaban para llegar a mi casa.
*Pausa necesaria. El cuerpo pide descansar. Son las 23h02.
19h26. Pausa de casi un día para retomar este texto que no lo quiero dejar inconcluso. El cansancio de ayer me dominó, aunque, de todas maneras, siento que el entusiasmo se desvanece de repente y ya no quiero seguir haciendo nada. Solo quiero creer que es cuestión de voluntad no dejar ganarse por ese desgano.
Escribo por escribir, para ejercitar el músculo de la redacción, para mencionar que hoy es el Día Mundial de la Prevención del Suicidio y que el atardecer estuvo soberbio, como la mayoría de entradas de la noche de estas últimas semanas. Quiero asociar la belleza de las fotos que hice desde mi ventana que proyecta el firmamento occidental quiteño, con el significado de esa fecha. Quizá expresar que este cierre del día es una señal de la vida para mostrar que los finales también pueden ser hermosos. Aunque podría malinterpretarse, tal vez como una apología disimulada al suicidio, pero esa no es mi intención.
Otra opción es irme por lo cursi y decir que la vida tiene sentido porque nos regala atardeceres sublimes. Pero no estoy para eso tampoco. Sencillamente, no me surge una idea inteligente y, a propósito de esto, pienso que tal vez no he escrito últimamente porque la cabeza está contaminada con preocupaciones.
Por ejemplo, mi situación económica actual no es muy cómoda porque me obliga a ser austero, y solamente quisiera tener un poco más de ingresos para poder planificar mejor mi vida. Es que estar todos los meses calculando cada gasto para respetar la estabilidad de las finanzas sí agota emocionalmente. Pero tampoco quiero que eso anule mi entusiasmo o acabe mi creatividad. No lo voy a permitir.
También he pensado bastante en mi futuro, últimamente. Esa consigna de tener presente el momento presente no siempre se la puede poner en práctica. La mente es poderosa, por no decir abusiva, y se impone con el sobrepensar de situaciones que angustian, sobre todo con la idea de la soledad que me aturde, porque temo llegar a viejo solo. Así de crudo es este miedo y espero que no se haga realidad.
Escribo por escribir como catarsis. Como diría mi cuñada Sole, esto es pura divagación mía, la cual me viene bien para poner en palabras lo que pienso y pienso. A propósito del miedo al que acabo de referirme, alrededor de él se dan vueltas dos frases lapidarias que mis papás me han dicho, seguramente sin mala intención, aunque mi cabeza no las haya recibido bien.
"No vas a poder solo", sentenció mi papá cuando anuncié que me divorciaba. "No vas a poder solo", repitió, lastimosamente, para terminar de instalar esas cinco palabras en mi cabeza, que ahora juegan a la ronda infantil en mis pensamientos, dando vueltas y vueltas como niños malcriados que repiten una grosería con esa malicia inocente que tienen cuando descubren insignificantes perversidades con las que también te puedes divertir.
Casi siempre, cuando me observo a mí mismo en mi situación actual, pienso que mi papá tuvo razón. Siento que no puedo sobrellevar esta vida solitaria que yo mismo me la busqué. Pero algo de esperanza hay, a pesar de todo, algo de esperanza para creer que esto se puede revertir con el optimismo que a veces me acompaña también, o con el azar, el bendito azar.
Pero la Esperanza también me dijo algo así como que "a tus cuarenta y cinco vas a estar solo, aislado del mundo". No fueron esas las palabras exactas que mi mamá me dijo la semana pasada, pero la idea sí. Vale acotar que no lo dijo como una predicción o una manifestación de mal augurio; fue su conclusión a una conversación que tuvimos con ella y mi papá, acerca de mi presente y mi futuro.
En resumen, ellos creen que tengo que hacer cosas nuevas en la vida, "cosas" que pueden ser nuevos hábitos de fin de semana que impliquen, incluso, el sacrificio de verle menos a la Celeste. De todas maneras, creo que, analizando más profundamente, mi papás no me quieren ver más como una persona menos reflexiva, que se enclaustra en sus pensamientos y en su espacio, negándose oportunidades para que la vida cambie.
Parcialmente estoy de acuerdo con ellos, porque sí quiero que mi vida tenga cambios que me generen nuevas y buenas oportunidades en cualquier sentido, como laboral, sentimental, artístico. Pero tampoco estoy del todo mal. Tampoco creo que mi forma de ser reflexiva me juegue en contra. Claro que tengo ser más decidido en actuar y no solo pensar, pero siento que todo es progresivo. Ahora quiero convencerme de que he ganado confianza en mí mismo, para asumir mis desafíos cotidianos con más carácter, pese a que a veces sienta que ya no quiero seguir.
Esta vida es tan contradictoria. Por eso hay que saber equilibrar las expectativas, no dejar que se sobredimensionen y caminar siempre concentrado en que todo implica un proceso que no siempre va a ser fructífero. Lo digo como un coach, y hasta me siento un poco patético al expresarlo, pero intento estar consciente de eso, verdaderamente.
Escribir por escribir para descongestionar un poco la mente. Pero cuando el mismo caos de la cabeza comienza a invadir las oraciones y los párrafos, es mejor poner punto final.
%2019.55.38.png)

Comentarios