Apagón

Escribo a oscuras y en silencio. Es lunes y la Celeste me acompaña un rato porque su mamá no le quiso dejar sola en su casa y me encargó un par de horas. No podemos salir a caminar porque no hay postes que alumbren el barrio. Es el tercer apagón del día. Ahora la vida en este país se rige a los horarios de apagones. No dejan de surgir las pruebas irrefutables de que esta es una republiquita vilipendiada por los políticos. Porque vivir esta precariedad y adaptarnos a ella no es más que una consecuencia de una gestión que nunca ha pensado realmente en servir a a la gente. Cada asamblea, cada gobierno de turno, cada cretino que ostenta el poder se acomoda en el cargo que ocupa, gracias a la pura suerte o a las astucia de aprovechar los buenos contactos o los grandes favores que brinda, a cambio de recompensas inconmensurables. Sí generalizo porque la decencia es la excepción.

Contrarresto mi apatía por escribir que he sentido durante las semanas más recientes. No entiendo por qué. Eso no significa que he perdido el gusto de esta forma de expresar, pero sí he estado alejado de esta práctica que la disfruto y la quiero convertir en hábito. Debería estar avanzando en la edición de un reel que quiero tenerlo terminado mañana, junto con otro que lo acabé hace poco, pero también quiero ganarle a ese desgano que no admito.


En esta oscuridad que pierde su esencia porque se filtran ciertos destellos desde fuera que dan luz a mi penthouse, escucho al vecino del piso de abajo cantar alguna canción que no reconozco, con su típico tono estridente. No quiero procrastinar, pero la debilidad gana a veces y reviso un poco del Instagram que carga lento, porque le echo un ojo en mi computadora conectada a los datos del celular que no se acaban. Además, el sueño me pone en stand by momentáneamente, porque se cierran mis ojos, mi mente se pone en blanco, y aunque pasa un solo segundo de ese letargo violento, siento que si ocurre en un segundo más ya no me volvería a despertar. Quizá el cuerpo siempre tiene la razón.


Hice una pausa para acariciarle a la Celeste. Ya está acomodada en mi cama que es su cama, y mientras le daba masajitos en la panza me quería ganar el sueño arbitrario, ese que te echa un peso en los ojos y te estremece con un leve escalofrío en la espalda y brazos. El mounstrito está un poco indiferente. Tal vez la desilusión de no haber salido a caminar le hizo enojar conmigo; o, tal vez, solo quiere estar acurrucada con su chaleco en este frío y en esta oscuridad.


Me desoriento un ratito porque el agobio está imponiéndose y el sueño se está como para dormir unas tres noche seguidas, pero seguro mi reloj biológico me despertará a las 5 horas máximo.


No sé cuál es la finalidad de este texto.; solo decidí hacerlo espontáneamente. El apagón de mi cuerpo quiere detener cualquier intento de seguir con mi jornada laboral, aunque ya sean las 22h16. Es un sueño que acapara fuerzas e inteligencia, aunque debo decir que los pensamientos igual fluyen como si estuviera lúcido.


No quiero sentir al descanso como una pérdida de tiempo, pero mis asuntos pendientes de estos días me tienen así. 


Al menos me di un espacio para escribir este intransigente texto y no sentí desperdiciar parte de la noche.


Ya volvió la luz.

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