Diatriba contra cuatro términos y un intruso

1. Cada vez que mis oídos escuchan empoderar y todas sus patéticas variantes, imagino que ahorco a la persona que lo dice, hasta que se atore y vomite esa palabra para siempre de su vocabulario. Seguramente, el uso exagerado que se le ha dado al término y sus derivaciones, ha hecho que me provoque tirria. Tirria tampoco es una palabra muy agradable, pero sí bastante peculiar como para expresar con cierta sutileza la antipatía que tengo por "empoderarse", "empoderamiento", "empoderarnos" o cualquier variante.

A veces es por quién lo dice, a veces para qué la dicen, a veces cómo la dicen, pero el problema de esta palabra es atribuirle un significado que hace alusión a una supuesta capacidad de enfrentar el mundo o asumir la realidad con cierta valentía o audacia. Aunque cada quien tiene derecho de ser valiente o audaz, cuando ambos términos se meten al saco del empoderamiento, pierden legitimidad y se vuelven aire insignificante de una expresión superflua, gastada y vacía.

2. Ya me tiene harto la resiliencia. Qué bueno que la gente quiera poner todo su empeño para salir adelante de una situación difícil, que alguien "sea ejemplar, porque pudo sortear adversidades". Pero déjense de ese optimismo mentiroso o positivismo superfluo, para creer que todos podemos ser "resilientes". Porque el problema con la palabra es ese discurso que te incita a asumir un rol que puedes ser capaz de materializarlo, pero tal vez no, y eso no está mal, aunque para sus proclamadores la resiliencia sea la única opción.

¿Cuál sería el antónimo de resiliencia? ¿Fracaso? ¿Alguien que no es resiliente es un inútil? ¿La vida entera puede ser resiliencia permanente? 

3. El mundo sí necesita empatía, pero con otra palabra que la identifique. Según la Real Academia Española, esta se define como:

    1. Sentimiento de identificación con algo o alguien.
    2. Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.

Esos dos significados suenan sencillos, fáciles de entender y de poner en práctica, pero sin la necesidad de edulcorar a la palabra a través de expresiones de sensibilidad o bondad falsa. Ahí es cuando el término contradice a su esencia.

Es que siento que empatía es una palabra hipócrita, por culpa de mucha gente que la utiliza para discursos o expresiones que no sintonizan con esos significados básicos de la palabra. Me atrevería a decir que siete de cada diez personas solo se maquillan con la empatía, no la practican. Es decir, solo la aprovechan para mostrarse empáticos en un mundo cada vez más egoísta.

4. La época de la pandemia tuvo una palabra estrella. Todos querían reinventarse. 

Esa fase de la historia contemporánea de la humanidad, oportunidad única para que el mundo se reinvente y sea un mejor lugar para aprovecharla y convivir más responsablemente con la naturaleza. Significó un tiempo propicio para que reflexionemos como habitantes responsables de este planeta, para sentirnos frágiles y mortales, y para plantearnos propósitos nuevos en la vida, que nos hagan valorarla mejor, reiventándonos de muchas formas.

La ironía no se aclara, aunque pueden haber excepciones.

5. ¿Quién le dio al coaching el derecho a inmiscuirse en nuestro idioma? Seguramente no existe término alguno del español para definir a esa práctica que ensimisma a miles en una espiral de motivaciones y consignas insustanciales que ignoran la vida imperfecta, la vida real, la vida en la que el "éxito" no debería ser el propósito, sino solo el resultado de una experiencia asumida como un trayecto de luces y sombras.

Pero no existe coach ni coaching alguno que nos prepare para esta conversación.


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