Carpeta de Viajes de un amateur (Parte I)
Me sirvo un vasito de limonada imperial y tomo asiento, con todo el entusiasmo para explorar la carpeta Viajes, dentro de la carpeta Fotos, en uno de mis cinco discos duros donde almaceno todo lo que he hecho en la vida. 25 teras de un archivo con infinitos videos, fotos, textos, momentos, memoria.
Mi propósito es ponerle un desafío a la memoria. Evocar jugando, o viceversa.
Consiste en revisar el archivo de algunas ciudades que he podido conocer en otros países, y seleccionar imágenes representativas que me den cierta pauta para acordarme algo de esas ciudades, las que especifico a continuación.
Mendoza, Argentina.
Mi archivo me lleva primero al viaje. Al trayecto tan particular que es cruzar la cordillera de los Andes entre Santiago y Mendoza. Caminos culebreros que suben y suben y no dejan de subir; con túneles de por medio, que penetran la naturaleza agreste y helada que te atrapa durante gran parte del viaje.
Me acuerdo que la buseta se dañó en medio de esa inhóspita y hermosa carretera. Interrupción de tres horas, hasta que llegue otra Nevada desde Santiago; es decir, estábamos justo en medio del trayecto, porque de Santiago a Mendoza son 6 horas de viaje.
En Mendoza era otoño. Me parece que era mayo, casi a finales. Hay una atmósfera rancia en esa ciudad. Pero no rancia en su sentido negativo; rancia de añeja, antigua, con una historia que le da su identidad propia a la ciudad y a sus habitantes, tan buena onda. De esa manera, lo rancio se mezcla con una hospitalidad implícita que la sientes desde esa buena costumbre de ser amables que tienen los mendocinos y mendocinas.
No encuentro una foto que represente cierta esencia de Mendoza, que insinúe esa atmósfera particular que acabo de describir, pero encuentro muchos clichés, imágenes de un turista en un viñedo y una fábrica de aceite de oliva.
Hasta que descubro una escena muy cotidiana. Un redondel cualquiera en las afueras de Mendoza (porque es una foto en medio del regreso de la zona rural de los viñedos hasta el sector urbano de la ciudad), en ese momento del día cuando la luz es especial; aliviana el ambiente y combina bien con las primeras luces artificiales de los postes y los carros.
Fue una foto hecha con una intuición automática, porque no tenía un recuerdo especial de ese momento, lo que sí me suele ocurrir con algunas escenas que registro; me impresionan tanto que se quedan también en la memoria y se convierten en recuerdos significativos, vivos, como si fueran anécdotas.
Suficiente con Mendoza.
Mi hermano hermano me dijo que soy un fotógrafo amateur. Tiene razón. Es lo que yo siempre me he considerado. En realidad, me dio gusto leer eso en un chat donde me lo dijo.
Si mi hermano no me considera en su nivel de profesionalismo y creatividad es porque sigo aprendiendo, y eso me hace sentir libre cada vez que hago una foto. Tendría la vara muy alta si tuviera la capacidad que él tiene.
Seguimos.
Viña del Mar y Valparaíso, Chile.
Esa zona del océano Pacífico, la que bordea estas ciudades costeras en el centro de Chile, esconde muertos; los cuerpos de cientos o, tal vez, miles de detenidos, torturados y desaparecidos por la dictadura de Pinochet
Ese sería el recuerdo más significativo que tengo de Viña del Mar, si no fuera por la gitana que me echó malas vibras ahí, a orillas de esa zona del Pacífico. Me puso una hoja en mi mano y comenzó a desearme el mal, porque no le quise dar una moneda. Tuve una sensación rara, que mezclaba miedo y curiosidad, por lo que eso podía significar. Una intriga incómoda.
Valparaíso es otra cosa. Tiene una identidad bohemia bastante notoria, que ya la vuelve cliché a esa descripción. Pero abrí una carpeta de aquel puerto en la que no hay mucha imagen representativa de su esencia, esa ciudad de graffitis, de fachadas multicolores y desgastadas, de huellas de un deterioro fotogénico que habita en Valparaíso.
Me sorprende una imagen cotidiana, de todas maneras. Un instante ordinario, cuando dos palomas cruzan la calle. Las sombras, las formas, la composición, le dan un aire especial a ese instante, por eso lo elijo. El firmamento al fondo es difuso, pero sabes que el mar está ahí, tal vez no claramente en la foto, pero sí en mi cabeza cuando me acuerdo que estuve ahí.
Pero no me quiero quedar con las ganas de encontrar fotos simbólicas de Valparaíso. Clichés, tal vez. Pero siempre queda bien una buena foto convencional de Valparaíso en una colección de imágenes de viajes, o de cualquier cosa.
De todas maneras, no quiero alejarme mucho de la cualidad cotidiana de la primera foto, así que también busco combinar la fotogenia de las dos perspectivas, lo ordinario y lo pintoresco, en ese ambiente donde se siente un frío amable. Porque no sientes calor en Valparaíso. Por más de que esté con altas temperaturas, tiene una brisa fría que evita que te sofoques, tal vez.
Encontré gatos. Cuatro gatos de la suerte que me permiten lograr inmediatamente la consigna planteada: los gatos son habitantes numerosos de Valparaíso, un símbolo de su vida cotidiana. En casi toda casa hay uno, me atrevería a decirlo. Y les encontré en su rutina de no hacer nada, porque tienen derecho a tener una vida así.
¿Para qué más?
Sao Paulo, Brasil.
Apenas nos subimos al Uber, comencé a hacer fotos desde la ventana. Llegamos temprano a una ciudad que nunca imaginé visitar y a la que siempre me da ganas de regresar. Viajamos con mi amigo Santiago Serrano, porque escogieron un cortometraje que hicimos ambos, en la selección oficial del Festival de Cine Documental de Sao Paulo. Nos ofrecieron cubrir tres noches de hotel; el resto debíamos costearlo nosotros. Era una oportunidad imprescendible.
Al principio la sentí como una ciudad opaca. Sombría. Interesante, de todas maneras. Sabía que en cualquier momento iba a conectarme con el encanto cotidiano del lugar. No me demoré en dar cuenta que los vidrios del Uber eran polarizados y oscurecían a la imagen. No importa, igual fue un elemento casual que le añadió fotogenia a mis primeros registros en Sao Paulo.
Íbamos de un lado para otro, cumpliendo un itinerario completo, planificado por Santiago. Ejecutado al pie de la letra, para no atrasarnos a nada, ni perdernos lo que ya estaba previsto: visitas a centros culturales, funciones del festival, caminatas por el centro, básicamente. Pero me cuesta encontrar alguna foto que concentre casi todo eso.
Encuentro solo fotos hechas a través de ventanas. La tercera que encuentro enmarca una escena en movimiento, que acentúa la imperfección de la foto, que le da algún rasgo hermoso, tal vez esa textura irregular. No pasa desapercibida la silueta de una persona acostada en la vereda, al fondo. Es una imagen que se repite en muchas calles de Sao Paulo. La mendicidad es un gran problema de esa ciudad donde hay mucho dinero, pero también mucha pobreza.
Ya iba a rendirme al mundo encapsulado del carro. A una colección de fotos hechas solo desde la comodidad de apenas mirar por la ventana y no explorar, a pie, para sentir verdaderamente la ciudad. Pero apareció una que sí me recordó a cierta mañana que caminamos por una zona del centro de Sao Paulo y pasamos por una estación de tren. Nosotros no lo necesitábamos usar, pero de pasada me llevé una escena de la gente en el andén. Es una pequeña porción de multitud. Cada persona se encuentra en su rutina, irrepetible, aunque todas están en un momento común que convierte a todas esas rutinas en una sola, la de la espera al siguiente tren.
Creo que en Sao Paulo grabé más que fotografiar. Como aquella samba espontánea que disfruté registrar en pleno centro de la ciudad, mientras me contagiaba de una energía bastante especial en la intensidad de ese ritmo tradicional brasileño. Bonito recuerdo.
No encuentro nuevas fotos que me conmuevan a esa grandiosa ciudad. Ya tenía una primera selección con fotos que sí me encantaron de allá, pero ya les publiqué. Las de esta nueva selección no deben ser repetidas de anteriores.
Mejor sigo al siguiente destino.
Ciudad de México
Fotos desde la terraza. Desde el techo de una torre altísima en el centro de la ciudad, diagonal al palacio de Bellas Artes y a un parque donde se veían bastante ratones pequeños, un poco cafés, casi rubios.
Me agarra la nostalgia. Es que aparece la Bachis en una de las fotos. Le hice mientras miraba desde aquella terraza. Conocí Ciudad de México gracias a ella y siempre estaré agradecido con ella, por eso y muchas cosas más. Una alergia casi le obliga a volver a Quito en medio de la semana que fuimos, pero una loratadina fue la solución. Una loratadina después un par de días con brotes de ronchas inexplicables y una atención de emergencia en una clínica.
En la primera foto se ve una esquina en la avenida Hidalgo; una de las principales del corazón urbano de esta ciudad. Se ven tres taxis rosados. Ese es el color allá. No son amarillos, como suelen ser tradicionalmente en otras ciudades.
Desde otro sector de la terraza se ve La jaula de las locas en el teatro Hidalgo. Intento encontrar algo más llamativo en la foto, aparte del letrero donde se lee el título de la obra. Tal vez no destacan tantos elementos, pero sí la composición que los distribuye.
Suficiente terraza. Ahora estoy en la superficie frente al organillero, no muy cerca. No sé si en México le llaman así a este personaje que tiene esa caja musical tan particular, tan firme en su inestabilidad por la única pata de madera que lo sostiene. Creo que esa cualidad es una de las esenciales de este instrumento que funciona con cuerda, me parece. En la imagen está la paciencia del organillero, que sostiene su gorra donde acumula sus pesos para sobrevivir, aquellos regalados por transeúntes generosos que no le ignoraron.
El baile en la calle no puede faltar. Y encuentro otra de esas fotos de las que no conservo recuerdo exacto, aunque la descubro coqueta, por la mirada que le dio a mi cámara una chica, en el preciso instante que lo capté. Fue en una plaza de Coyoacán, después de conocer la casa de Frida.
Una sonrisa sugerente me hace fantasear que podría estar insinuándome algo a la distancia, algo seductor. O, tal vez, solo está feliz por el baile en el que está inmersa junto a otra mujer, quizá su novia, amiga o hermana. Me parece que bailar en la calle es una costumbre muy alegre que conservan en la Ciudad de México, y quién sabe si en el resto de ciudades de ese enorme país.
Termino con fuego, el que eleva los globos aerostáticos en los que puedes volar sobre el conjunto de pirámides que se pueden visitar en las afueras de la Ciudad de México. Teotihuacán, me parece. La experiencia de los globos es interesante. Así, convencional como el adjetivo que utilizo. Obviamente es algo que no lo haces todos los días, te diviertes mirando el horizonte, desafiando al vértigo y ya. No hay más.
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