Que la vida sea juego

 Suena Cumbia Sampuesana. Siempre es contagiosa de entusiasmo esta canción, aunque la que escucho no sea la original, pero suena bien. Es viernes y la Celeste quiere jugar. Vino a quedarse desde hoy hasta el domingo. Le encanta su juguete del pedazo de soga que jala con toda su furia para que no le quite de su boca. Ni sus afilados dientes le hacen ver brava a esta loquita juguetona. Porque para ella la vida es juego y nada más. Qué envidia le tengo.

Estaba con ganas de escribir desde el otro día, pero muchos temas rondaban en mi cabeza y no lograba aterrizar en apenas uno. Después habrá tiempo para los otros. Ahora suena por la mitad Inocente, versión en vivo que amerita repetirla. Listo.

Decía que estaba con ganas de escribir y al fin creo que voy definiendo el tema. Viéndole a la Celeste, que está inquieta, alerta a mis movimientos, queriendo montar mi pierna, con sus ojazos bien abiertos, confirmo siempre que para ella la vida es un juego y así debería ser para nosotros. No quiero romantizar este texto para convertirle en palabrería tipo coaching o autoayuda. 

- Intermedio para cantar Inocente -

 Vuelvo. Tomo una cerveza que ya se está acabando. Compré dos litros pero hoy creo que solo me tomaré uno. Aunque es posible que en próximas líneas anuncie un cambio de decisión.  O no.

La cumbia hizo una pausa y ahora suena un bolero peruano buenísimo. Regresa. Ya casi termina y me da ganas de repetirlo, pero dejaré que pase nomás. Escucho un mix de cumbia pero parece que el bolero es primo de aquel ritmo bailable.

Ahora, con Cumbia poder al fondo, retomo el asunto. Dije que la vida debería ser juego, para perros y para humanos. Si de guaguas sí lo hacemos, ¿por qué perdemos esa capacidad cuando "crecemos"? Claro que todo es un proceso, que mientras el tiempo avanza las responsabilidades cambian y toman, supuestamente, más importancia en la vida. Pero, ¿por qué pagar la deuda de un banco es, supuestamente, más importante que ganarle al vecino en las carreras de la bici?

Los tiempos son diferentes, pero las prioridades son iguales. Lo único que cambia es la percepción. A las carreras las disfrutamos como un juego. A una deuda con un banco la soportamos como una preocupación. ¿Por qué? Si es un desafío que nos da una razón de vida. Lastimosamente tomé el ejemplo más materialista de todos, pero ya está. 

Lo mismo ocurre con la crianza de los hijos, con las cuentas del supermercado, con los deberes de la U, con los trámites burocráticos. Con tantas responsabilidades de la era adulta que nos hacen olvidar del juego. Pero ahí están las reglas, las indicaciones y las capacidades para enfrentar el desafío. Para intentar llegar al Paseo Tablado y comprar una de las propiedades más caras del Monopolio, y que cobra buenas recompensas para los que caen cuando eres dueño. Es decir, para percibir a esta existencia como un juego que no se acaba. Como en el mundo de la Celeste.

Así, con mucha cabeza, ojo y corazón, la vida debe significar siempre un juego. Cabeza para actuar con la sensatez necesaria ante el mundo impredecible; ojo para deleitarse con la cotidianidad; corazón para construir todos los afectos posibles que representan la verdadera razón de vivir.

De mi parte, cada vez tomo más en serio esta consigna. Tomando en cuenta también que soy mal perdedor. Porque hay días que se pierde feo. Pero es una pérdida y nada más. Al día siguiente puedes ganar y te vas a olvidar de lo que perdiste ayer. Y así sucesivamente, intento experimentar esta vida que a estas alturas me tiene entre la impaciencia por encontrar una chica que quiera compartir conmigo mi cama haciendo cucharita, y el gusto por la libertad. Una libertad que implica dedicar el tiempo para uno solo. Lo cual no significa estar solo, sino solo estar concentrado en uno mismo, en lo que a uno le despierta el espíritu lúdico, como en mi caso, en este preciso momento, en escribir.

Que la vida sea juego.



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