Reflexiones de un domingo por la tarde

Hoy al mediodía, cuando caminaba de mi casa a la de mis papás, vi a la familia ideal en la vereda de enfrente. Madre, padre, dos hijos - una hija y un hijo-  y tres perros. Intuí que volvían del parque a su casa. Para qué más. Para qué menos. La sentí como una familia ideal porque imaginé que yo algún día podría ser parte de una escena similar. Pero no quiero decir que es un sueño, porque no todo sueño se cumple.

Me habría gustado fotografiar a ese clan bien consolidado. Con la mamá, una mujer joven, encabezando aquella tierna caravana, quien llevaba a los tres perros bajo su control con sus respectivas correas. Detrás iban los dos pequeños y su padre al final. Pero la vereda de enfrente no estaba muy cerca y la familia caminaba rápido; circunstancias suficientes para no poder captar el momento. 

Me quedará esa imagen como el recuerdo de una foto más que nunca hice, pero que permanece en la memoria hasta que la reemplace otra, tal vez, porque la memoria no es ilimitada, por cierto. Para que no se me olvide la incluiré en el último cuento que me falta para completar mi libro. Ya se me ocurrirá cómo puede encajar en una trama donde los perros son los protagonistas.

Y así como hay instantes que se escapan de la cámara, hay otros que esperan pacientemente ser encontrados. Como uno que descubrí mientras me detuve en la mitad de la Shyris, en una zona donde los peatones debemos hacer una pausa antes de cruzar completamente esa amplia avenida. Tenía que detenerme aunque el semáforo peatonal estaba en verde. 

Un señor habitante de la calle, que deambula desde hace años por el centro-norte de Quito, como en la zona del parque La Carolina por donde hoy le vi, estaba sentado sobre el filo de una de las dos macetas de concreto que se ubican en esa vereda o parterre. Estaba de espaldas a mí, cabizbajo, con una deteriorada chaqueta de terno, tal vez la misma que siempre ha estado puesta desde hace años. El azul marino de la prenda estaba descolorido, con el sudor fresco y muy notorio en la mitad de la chaqueta, a lo largo de toda su espalda. Al señor no le importaba la intensidad del sol en ese momento. Permanecía quieto en su asiento improvisado.

Poco antes de encontrar ese instante, pensaba en que siempre me ha gustado la palabra desolación. Es su forma, la composición de sus sílabas, la musicalidad que tiene al expresarla. El concepto de la palabra, en cambio, es paradójico a la forma, y creo que mi mirada lo entiende a la perfección. Eso intuí cuando le encontré a aquel vagabundo. 

Cuando le hice la foto al señor tuve un flashback a una escena parecida que también fotografié hace años. Lo común de ambas es la presencia solitaria de un sujeto que es parte del paisaje urbano, quien en las dos imágenes muestra un semblante que personifica a la desolación, desde mi punto de vista. En ninguna se le ve el rostro al hombre, pero hay un elemento en particular que las conecta: la chaqueta y su mirada al piso, a la nada. Tal vez la misma persona me vuelve a regalar una imagen conmovedora, casi siete años después.



Luego de atravesar el parque llegué al sector donde me asaltaron a finales del 2022. Cuando Freddy me apuñaló dos veces en el brazo izquierdo. A una cevichería que está pocos metros antes de la esquina donde sucedió el intento de robo, llegaba un tipo en un carro grande, de esos modelos que solo alguien de clase media alta, mínimo, lo puede tener. Se le notaba pensativo al hombre, como preocupado, cuando se bajó del auto. Entró lento al restaurante y yo enseguida imaginé que este personaje estaba recién terminando su noche del sábado, que quizá la gozó, pero quién sabe si a escondidas de su esposa, por ejemplo. 

Así se manifiesta, repentina y especulativa, mi tendencia a convertir en ficción muchas escenas que en la realidad son solo aperturas de historias que pueden ser inauditas, inéditas, increíbles. Lo cierto es que el tipo entró al local y al verle pasar la puerta mi imaginación expresó que este hombre pretendía “tranquilizar a su conciencia con un ceviche”.

Y a propósito de culpas o cargos de conciencia, justo pasé por la iglesia a la que fui varios años para cumplir con la obligación de asistir a misa. Porque eso era para mí, obligación de cumplir un rito, con cierto grado de superstición o sentimiento de culpa con necesidad permanente de penitencia. Quizá la segunda opción era más real, aunque la superstición también influye, sobre todo desde el miedo a que ocurra algo malo si no dejo de rezar. Sí, influye todavía; por eso aún rezo en las mañanas y en las noches.

Creo que la misa es un hábito colectivo que está mecanizado en las vidas de gran parte de la sociedad quiteña. Podría asegurar que la dimensión de esto es universal, pero prefiero limitarme a la realidad más palpable para mí, la del curuchupismo quiteño, nacido hace siglos con el adoctrinamiento de los españoles mediante su religión, lo cual ha sido una de las imposiciones culturales más trascedentes que se han dado en la historia de este mundo. 

Puede ser que esté opinando más allá de lo que domino, porque no estoy seguro si una religión es parte de una cultura, o son contextos diferentes. De todas maneras, creo que el caso del catolicismo importado desde la península ibérica hasta nuestro continente sí llega a ser clave en la formación de una cultura ecuatoriana y latinoamericana, porque buena parte de la idiosincracia regional tiene una carga católica muy potente. 

Qué manera de divagar que tengo a veces. En todo caso, creo que la mayoría de asistentes a la misa del domingo son súbditos de la fe o de la culpa. No sé si eso implica juzgarles. Esa no es mi intención. No tengo ningún derecho a hacerlo. Más bien, respeto la devoción que tienen, aunque siempre hayan numerosas excepciones de hipocresías que no vienen al caso.

Mañana es lunes, pensaba cuando sentía que la tarde comenzaba a apagarse. No me estresé. Creo que trabajar cerca de animales rescatados, cada uno con su historia tan particular, en ese micro universo del zoo, me hace sentir en una posición interesante. Mañana hay chequeo médico de tortugas galápagos, por ejemplo. Espero poder estar en el procedimiento completo, porque lo que más me gusta hacer en el trabajo es registrar estas intervenciones que pocos tenemos la suerte de mirar de cerca. Claro, también tengo otros asuntos pendientes que no debo descuidar, pero solo pretendo vivir un lunes entretenido, luego de un domingo de valiosas reflexiones.

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