Austeridad

Con lo que gasté ayer en el helado y hoy en la cocacolita y el maní horneado (sí, así de raro), ya me habrían alcanzado dos focos de luz cálida para reemplazar las blancas, me dije, mientras conectaba la lámpara portátil que la llevo y traigo entre mi cuarto y el estudio. Ya quiero evitarme este trámite con los focos cálidos, porque uno ya queda fijo en el estudio y no hay necesidad de trasladar a cada rato a la lámpara, ideal para la cama.

Así ando, más o menos, ahora. Calculador. Sobrepensador. Austero. Intentando controlar mis gastos para poder mantenerme con liquidez estable y no tener que recurrir a los avances en efectivo tentadores de las tarjetas de crédito. Tan malditas y tan necesarias. 

Qué jodido es llevar esta parte de la adultez. Qué miedo no tener lo suficiente para vivir como uno merece, porque para eso ha trabajado. Hoy temprano leí un artículo de Mariana Enríquez sobre su miedo a la vejez. Me identifiqué tanto con esa angustia que le provoca pensar en esa edad en la que el cuerpo nos limita con alguna deficiencia. El deterioro por el paso de los años también se produce en nuestro cuerpo. 

A veces arremete con fuerza, con un cáncer, con Alzheimer (para mí, la peor agonía posible), con diabetes, con el abandono de la familia. Otras veces no golpea, solo incomoda, con moderados achaques de un cuerpo que se sostiene en un organismo bien tratado, por alguien que hizo deporte, no tuvo vicios, cuidó su alimentación, fue a misa, pagó un seguro de salud, ahorró. Ahorrar es la clave para tener una vejez tranquila.

A propósito del deterioro que solo conduce a un final, hoy registré una necropsia de cóndor andino. Mientras avanzo un poco en la redacción de esta reflexión, también voy editando fotos que hice hoy. Un poco de esto y luego aquello. Un proceso creativo que funciona bien, hasta el momento. 

Tuve que fotografiar un cuerpo muerto, que se degrada poco a poco, que adquiere un olor cada vez más nauseabundo, que se descompone como todo tiene que descomponerse en esta vida, hasta que la propia vida se descompone. 

En medio de la edición de las fotos de la necropsia, se me ocurrió tomarme el caldo de patas que me mandó ayer mi mamá. El hambre llamó, a pesar de las explícitas imágenes de órganos extraídos de un cadáver. Según las doctoras que hicieron el procedimiento, no se encontraron alteraciones notables en el organismo del animal. Por eso les costaba intuir la posible causa de muerte, aún desconocida. Lo que más les llamó la atención fue que el buche estaba lleno, con comida casi fresca, recién consumida, como se pudo ver cuando abrieron esa parte. Ojalá no haya sido envenenamiento.

Pero no solo fotografié la necropsia. También hice fotos que me emocionaron. Fotos con las que descubrí  por qué a los saimiris también les dicen monos payasos; que una cuchucha bebé tiene cara de duende sabio; que los bebeleches son hermosos desde el nombre que los retrata tan bien; y una tortuga me recordó a E.T. Fue un gran lunes.

Comencé hablando de la vida austera que por el momento llevo y termino recordando las fotos que me deslumbraron ahora. A veces, no todo tiene que ver con todo. Solo es cuestión de escribir cuando tienes el impulso de hacerlo. Y ahorrar. Siempre ahorrar para la vejez. Por eso, a veces, hay que portarse austero.



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