Receta para una buena gula

En aquellos tiempos - tal como comienzan las lectura de la misa - cuando todavía era un católico practicante y devoto, no me importaba cometer uno de los siete pecados capitales. Sin ningún recato y con mucho descaro, no solo cometía sino que me divertía con la gula. En realidad ignoraba o era indiferente a esa mala acción que cometía, según Diosito.


Los ingredientes básicos para hacer esta apología inconsciente a la gula eran los siguiente: mínimo cuatro ociosos, dos horas libres para perder el tiempo, cuatro pizzas grandes napolitanas y una gaseosa. El hambre no era indispensable, porque el fin era otro.


La preparación es sencilla y vulgar: los (mínimo) cuatro ociosos se sientan a esperar que lleguen las pizzas, las dos horas libres se baten entre la espera y la degustación, las cuatro pizzas repletan los estómagos de los ociosos, hasta que estos vomiten por el empacho que les domina. La gaseosa es solo aderezo para el momento después de la regurgitación.


Gula consumada. Homenaje a la Maravillosa Estupidez que la adolescencia es capaz de producir. Recuerdo imborrable de esa anécdota con la que nos divertimos algunas veces con los amigos del barrio, de esa época descomplicada de la vida, cuando la aprovechábamos casi al máximo con hazañas inauditas, pecados capitales, primeras ilusiones sentimentales, escupitajos, acampadas, chistes escatológicos, sueños de corto plazo.


No se convirtió en costumbre. A tiempo nos aburrimos de la gula, yo aún sin darme cuenta de que estaba pecando capitalmente, hasta ahora que estoy consciente de ello, aunque ya no me importe. Aunque eso quedó en el pasado, en la memoria de todos está presente, sobre todo, ese momento histórico en el que uno de mis amigos vomitó un feto. Así de crudo. Es que expulsó una masita que no parecía vomitado, sino una materia extraña con vida propia. Pero, por suerte, solo fue una pizza entera en presentación "mal digerida".


También evitamos hacer hábito al juego de desmayarse. Eso de apretarse el cuello, a la altura de la yugular, mientras aguantas la respiración hasta que pierdes la consciencia por unos microsegundos, mató algunas neuronas de nuestros cerebros jóvenes, pero no lo suficiente como para no darnos cuenta de que podíamos ser imbéciles, hasta cierto punto.


Recetas de adolescencia que no se recomiendan repetir.


Comentarios

Entradas populares