Quiero dormir cansado

 Hoy voy a dormir cansado y satisfecho después de ver De jueves a domingo, película chilena de Dominga Sotomayor. Me acompaña Quiero dormir cansado , interpretada por Diego Fontecilla, la versión de esta popular canción con la que cierra la película.

Siento el impulso de escribir sobre esta obra honesta, nostálgica, cómica, tan realista que impacta desde la actuación de cada protagonista y desde la puesta en escena de una historia familiar con la que muchos espectadores se sentirían identificados. Es una road movie sobre unas cortas vacaciones, como indica el título del film, que emprende una pareja de esposos con su hija Lucía, una cabra chica, como se diría en buen chileno, quizá de unos doce años, y su hermano, de siete. Estos dos personajes, sobre todo, son quienes orientan el ritmo de la película, pese a que sus papás también cuentan con un protagonismo clave.


Sin embargo, son las emociones de los hermanos, principalmente los de Lucía, los que van indicando la situación en la que se encuentra la relación de sus padres. Su curiosidad y preocupación conectan con el interés del espectador y le convierte, a través de ella, también en observador de un matrimonio que tambalea. Su hermano, aunque todavía percibe el entorno desde su mirada juguetona e ingenua, equilibra con su entusiasmo por las vacaciones esa tensión que ocasionalmente se desata desde la frialdad que predomina entre sus papás.

De jueves a domingo es una película emotiva, esencialmente. Es decir, su fortaleza está en la dramaturgia de su historia, sin que eso signifique una debilidad técnica. Porque esa historia tan sincera, de conversaciones muy naturales, de instantes tan sinceros y espontáneos que provocan risa o melancolía, se materializa con una fotografía tan sobria como precisa con el concepto de la obra. 

El escenario principal es el auto viejo de la familia, donde se construye la atmósfera íntima de la familia con planos medios y generales fundamentalmente, mirando hacia adentro para conectarse con ese ambiente tan realista por los elementos que aparecen y los recursos narrativos que surgen. Están los juguetes del niño, cobijas gastadas que acarrean marcas del tiempo de vida de esa familia, las vestimentas casuales de los protagonistas, los juegos de los hermanos que a veces los comparten con sus papás, como pasatiempo para aguardar la llegada al destino del viaje, los recuerdos de los adultos de experiencia de su niñez, en definitiva, tantos detalles y gestos que están presentes para darle familiaridad a esta familia, redundancia imprescindible porque es un retrato de la vida imperfecta con la que casi cualquier persona puede identificarse a través de varias perspectivas.

Además, la cámara también mira afuera, sobre todo a un personaje casi omnipresente en la película: el desierto. Esa inmensidad árida que ocupa la mayor parte del territorio del norte de Chile, sobre todo cobra un protagonismo simbólico en el cierre de la película. Sobre su agreste superficie, Lucía termina de asimilar que el matrimonio de sus padres está desorientado, transitando en un terreno seco, casi infértil, sin horizonte a la vista.

Dominga Sotomayor se luce con esta película. Su virtud narrativa, tan minimalista como auténtica, es la base de un viaje del que cada espectador se siente parte y le incita a imaginar incontables posibilidades de desenlace, gracias al final abierto que instala, tan abierto como el gran plano general con el que se cierra el film, donde se observa el diminuto carro familiar casi mimetizado en la enormidad del desierto. Ahí es cuando comienza a sonar Quiero dormir cansado.




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