Escribir contra la corriente

Ya iba a descartar hacer este ejercicio hoy. Hasta hace poco me sentía débil, perezoso, más que cansado, molesto por una gripe repentina que me surgió hace un par de días. Y aunque los más fuertes síntomas ya pasaron, todavía siento mi cuerpo algo frágil.

Pero decidí escribir contra la corriente. Evadir ese dominio que mi mente ejerce sobre mí, recurrentemente, y ponerle ñeque a la weá como me dijo una vez un señor en Chile, cuando vio que no podía pasar con el carrito de compras de supermercado por un espacio estrecho, para llevarlo hasta afuera. El caballero, como educadamente se refieren allá a los varones, soltó esa frase tan espontánea y tan oportuna, que la tengo presente muy frecuentemente, para intentar ponerla en práctica. Como esta vez, que lo estoy logrando.


Suena Fe, de Jorge González, porque me acordé de este gran cantante chileno al evocar aquella anécdota. Ya es la tercera canción de una playlist que armo mientras trato de relatar algo. Es una pequeña variante al ejercicio original, aunque ahora que lo pienso, quizá es solo darle un valor extra. 


La indicación de Mónica, la gran Mónica Varea, era que nos sentáramos a escuchar nuestra canción favorita o una que nos guste mucho, mientras tomamos una bebida que nos encante. Para completar el ritual, había que sentarse a escribir las sensaciones que dejó ese momento.


Y lo hice así. Puse El Maniquí, de Sandro. No es mi canción favorita, pero sí un tema imprescindible en casi todos los karaokes que participo, y más allá de eso, una oportunidad para ponerle ñeque al cantar, un ímpetu que le supera a cualquier otra canción que me lanzo a imitar. 


Acompañé el instante con un sencillo vaso de limonada imperial. Vaso de una colección que  me gané en una navidad del zoológico. Por la caja que los contenía, se supone que son vasos de whisky. Pero esta bebida de falso limón, tan artificial como deliciosa y refrescante queda también precisa en este envase de un cristal totalmente llano y transparente. 


Lloré mucho mientras escuchaba a Sandro. Es casi mi reacción automática a El Maniquí. La pasión que el artista le pone me contagia de inmediato. Así que no estoy seguro si mi llanto fue totalmente espontáneo o premeditado. Sea lo que sea, sentí la necesidad de ese desahogo, como una forma de ir contra la corriente del pesimismo que me invadía antes de sentarme a redactar esto.


Siento un poco calientes mis mejillas, aún no me recupero del todo de la gripe. Ojalá no vuelva esa fiebre que te provoca escalofríos desoladores, de esos que ahora golpean más el alma cuando no tengo al lado alguien que me haga saber que está preocupada por mí, sinceramente. Pero el cuerpo ya no duele, un poco la cabeza, quizá algo agotada de un día intenso que tuve en el zoo, como de costumbre, como me gusta, de todas maneras.


La playlist ya tiene siete canciones. La meta es llegar a ocho y cerrar el texto justo cuando termine de sonar la octava. Como nada es perfecto debo admitir que puse una canción que pensé que me encantaba, pero a la mitad me retracté para cambiar a otra. Así que eso implica un margen de error de, más o menos, unos tres minutos, respecto a la duración del tiempo que me tomó escribir contra corriente y la extensión de la playlist. No importa.


Ya llegué a la última canción. Las cosas que no se tocan, de Intoxicados. La energía del Pity Álvarez, para cantar este tema y todos los que he podido escuchar de la discografía de Viejas Locas e Intoxicados, me provoca siempre entusiasmo. Una sensación que solo podría entenderse con las palabras del caballero chileno, a quien el bendito azar me lo puso en mi camino con una sincronía perfecta.


Escucha la playlist:


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