Cuando podía controlarlo todo

Organizo los muñecos sobre la alfombra. Uno por uno, en el orden como los jugadores se plantan en la cancha todos los domingos. Va a comenzar el partido y yo estoy listo para tener el control de todo. Las barras van entrando también al estadio. Ingresan desde mi mente y salen por mi boca, a través de pequeños susurros que simulan el griterío unánime e intenso de una multitud de estadio.

Y arranca el partido. Mis manos activan los talentos de cada jugador, algunos para atacar y otros para defender, mientras la canica de cristal, con aquella forma rara y naranja en su interior, algo como una hoja de una planta desconocida, rueda sobre aquella superficie que en mi imaginación es césped. Cuándo se ha visto un balón tan peculiar.


Soy el amo y señor de este partido, el dios que decide cuándo y cómo pasan las cosas, porque pongo a jugar a los dos equipos a mi gusto y voluntad. Son escuadras conformadas en su mayoría por soldados estadounidenses, también conocidos por su nombre oficial, los GIJoe’s. Hay también luchadores de videojuegos y uno que otro mercenario que debería ser contrincante de los soldados, pero en el fútbol se olvidan cualquier rencilla.


Mi panza y mis rodillas son las que sienten más el trajín del partido. Según la jugada que toque, me acomodo totalmente boca abajo o semi acostado para dar pases o levantar centros al corazón de las áreas, donde algún crack se luce y convierte un gol inolvidable, tal vez de cabeza o tal vez de chilena. Estas proezas siempre suceden en cámara lenta, como en las repeticiones de los partidos del Barce. Y a continuación del gol le siguen ovaciones que revientan mi garganta cuando expulsa, a pesar de ser susurros, gritos multitudinarios y apasionados por el gol que inventé.


Me siento un momento y escucho que afuera alguien hace rebotar un balón. Me levanto y miro a través de la ventana con cortina opaca de la sala de estar donde instalé mi estadio, y puedo observar hacia la calle, donde reconozco a dos vecinos, chicos como yo, que van caminando en dirección a la cancha del barrio. Imagino que soy amigo de ellos, que también me sumo a jugar un mete-gol-tapa o un mundialito de penales, pero tengo que concluir mi partido; aún me falta el segundo tiempo.


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