Ningún lugar a donde ir

Hoy descubrí que las hornillas eléctricas de mi suite son inteligentes. Se regulan solas la temperatura, para que el nivel más intenso de calor no sature lo que cocines. Porque cuando llega al máximo de calor, el micro faro naranja de encendido se apaga, así como las brasas artificiales de la hornilla, poco a poco, hasta que queden negras.

La luz de mi sala-comedor, la única luz cálida de focos fijos de mi hogar (por el momento), de cuando en cuando titila, adopta una intermitencia misteriosa. Pienso que simplemente se va a quemar pronto, pero también imagino que es la manifestación de una presencia sobrenatural. 

Hoy, también,  se me ocurrió una idea brillante mientras cocinaba. Cuando comenzó a apagarse el sartén con las salchichas fritas, le eché el juguito de tomate que quedó de los fideos que mañana serán parte de mi almuerzo, junto a un pollo frito. 

Ahora caigo en cuenta que tal vez consumo mucho frito. Y a propósito, entonces, terminé de freír las salchichas con el jugo de tomate que burbujeó mientras se adhería a esos embutidos. El pan del lunes ya estaba duro. Un extremo de palanqueta, apenas un poco menos que un cuarto. 

Treinta segundos en el microondas le suavizaron por breves segundos, pero ya se me había ocurrido que la salsa en la que se convirtió el jugo de carne, podía bañarle al pan. Así mismo lo hice y no me arrepentí. Aunque le unté mal porque se mojó una parte del pan que tomo con la mano, y así se vuelve incómodo comer. Tuve que comer con cubiertos, pero lo disfruté igual por el sabor.

De esas diminutas e insignificantes hazañas que se logra en el día a día.

Y hoy, además, terminé de leer Ningún lugar a donde ir. Soberbio libro de Jonas Mekas, con quien me identifico tanto por su manera de ver la cotidianidad y de reflexionar a partir de ese hábito observador y analítico. Le dedicaré mi nuevo corto así:

    Para Jonas Mekas,
    Por percibir la realidad igual que yo.

El libro es un recorrido testimonial, a través de las emociones y reflexiones de este artista lituano que fue refugiado de la Segunda Guerra Mundial, exiliado en Estados Unidos porque no pudo regresar a su país dominado por los soviéticos. Es un relato nostálgico, profundo, irónico en buena parte, sobre la experiencia de atravesar ese contexto, de afrontar pérdidas inevitables y asumir realidades abrumadoras. Es literatura pura, aunque Jonas no haya escrito con esa intención. Sencillamente lo escribió y su don poético inherente hizo lo suyo.


Me identifico con su manera de percibir y describir su entorno, detalles, personas, espacios, sensaciones. Pero también me identifico con su estado inestable permanente en la que se encuentra su vida. Porque siento que estoy en una etapa de la existencia muy similar a ese estado de Jonas. Esa desorientación en el supuesto camino que se debe seguir en la vida; una desorientación que asusta un poco, aunque al mismo tiempo genera cierta incertidumbre que no es muy incómoda. Más bien, es una incertidumbre que resulta desafiante. Para acostumbrarse más a sentir el presente, aunque efímero, pero presente.

Ningún lugar a donde ir es ahora una de mis biblias. Ya tengo varias. Será uno de mis referentes principales para entender cómo se construye una mirada poética de la realidad.







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