Los días de mi independencia

Ya no tengo mucha energía. Solo quisiera acostarme, pero quiero escribir. Hay algo de ansiedad también, y sed, mucha sed. Deber ser por el calor intenso y extraño de estos días en Quito. Además, por el cansancio de un fin de semana que marca un antes y un después. Con ese nivel de cliché me atrevo a expresarlo, quizá porque solo dejo que fluyan estas palabras y es lo que se me vino a la mente.

Así que, eso mismo es, el fin de semana del antes y del después en mi vida, cuando ya me instalé en un nuevo hogar para mí, por primera vez en la historia de la humanidad. Claro que experimenté algo parecido durante cuatro meses hace unos tres años, pero fue algo más transitorio; ahora, esto es definitivo.

Ya lo voy asimilando con optimismo, sobre todo porque acomodo las cosas a mi gusto y porque la libertad me guiña el ojo para que la comience a disfrutar. No es que antes me haya faltado libertad, pero sí me sentía restringido a actuar más libre, tal vez por respeto a mis papás, tal vez porque la condición era que necesitaba tener mi lugar, mi hogar.

Ahora soy mi hogar. Qué cursi suena eso, casi como las frases de los libros de autoayuda. Este cansancio es contraproducente contra mi creatividad, al parecer. Pero si ya está dicho, lo asumo. Ahora soy mi hogar porque vivo conmigo, es el espacio que habitaré, no solo para existir, seguir la rutina de una vida casera y pagar el arriendo. Lo habitaré con la intención de aprovecharlo, manteniéndolo bien para sentirme cómodo; bien decorado, bien limpio, bien aprovechado en sus pocos y pequeños rincones, pero sacado el jugo, de todas maneras.

Qué sería de mí sin mi familia. Sin mis hermanos que me brindan, incondicionalmente, fuerzas físicas y emocionales para sentirme bien. Se dieron el tiempo para colaborar con una y mil manos que cargaron, instalaron y colocaron los objetos que se mudaron conmigo. Cuando ocurren estas cosas entiendo por qué no podría tener mejores hermanos, además de hermanas y padres, quienes también se han preocupado por dejarme bien instalado en este nuevo lugar, con todo ese amor que solo ellos saben regalar, tan auténtico y oportuno.

Ya me choqué dos veces contra el teclado, por este sueño que me tiene sufriendo y cabeceando. En una tercera ocasión, evité el golpe, con una suspicacia instintiva. Hoy caeré como una roca cualquiera, mientras ayer me costó quedarme dormido, a pesar de que fue el día más agotador del fin de semana. Fue la Celeste la que trajo la energía casi al final del día, para sorprenderse, asustarse y, finalmente, acomodarse en el nuevo hogar.

Suena música macabra, For Petra, e instala tensión en el ambiente. Una tensión innecesaria porque quiero que sea, verdaderamente, un lugar paradosfrtat*; un lugar cómodo para sentirme tranquilo y entretenido. No pretendo que se convierta en sede de memorables borracheras o bochornos innecesarios. 

Me quedan dos minutos para cerrar esta reflexión sobre este fin de semana crucial. Me puse un límite de tiempo para respetarlo y comenzar a disciplinarme más en algunas cuestiones, sobre todo en el presupuesto de este hogar que ahora soy yo, para no morir de hambre en el intento. Para escribir procuraré aplicar la disciplina, para que el hábito no deje de crecer y seguir relatando fragmentos de este nuevo mundo que habito, en el que espero conocerme mejor.

Ya me pasé cinco minutos, pero nunca hay que despreciar al margen de error. Además, el cansancio conspiró en mi contra. 

Ahora solo queda poner alarma para mañana a las 6am.

Seguimos.


*Palabra escrita con inercia de una mente aletargada.

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