Promesa con luna llena

Hoy es luna llena y me importa una mierda. O tal vez no. Porque si me importara una mierda no le dedicaría el título de este texto a ese suceso, ni las palabras que vienen a continuación. Así de contradictorios somos, además de incoherentes e imperfectos; buscadores de ideales que nuestra mente nos impone y soñadores de utopías que instala el sistema en el que vivimos.

Hoy es luna llena y siento el impulso de escribir con las ganas de proclamar una promesa. Y las promesas se cumplen o no, pero el solo hecho de expresarlas ya plantea la posibilidad de materializarse en un cincuenta por ciento, aunque la otra mitad esté el acecho, ganando casi siempre e impulsando esa procrastinación que retrasa tantos pasos interesantes que podríamos dar en la vida.

Así que hoy prometo no dejarme manipular más por la culpa. Quizá suena muy pretencioso decirlo, porque la culpa es casi inherente al ser humano en diferentes medidas y manifestaciones, y en mi caso más por esa cultura religiosa católica en la que crecí, cuyo fin principal es tener domados a sus fieles con el miedo infundado de sentirnos culpables. Pero si estoy consciente de que la culpa a veces es solo una trampa de la mente, puedo controlar mejor esa molesta sensación que, a veces, paraliza. 

Prometo, entonces, dejar de sentirme culpable por mirar la vida diferente a la manera conservadora en la que me formaron; prometo dejar de sentirme culpable por no corresponder ilusiones ajenas que no me entusiasman; prometo dejar de sentirme culpable por no ser lo que a veces quiero ser. 

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