#Crónica | Domingo random en una ciudad donde le mataron a un candidato presidencial


Leo a Mariana Enríquez porque quiero ser como ella, en la forma de escribir sus crónicas, que acabo de descubrirlas, y en su manera de contar historias de terror. Su terror. Terror tan hermoso y único.

El terror que me acaba de hacer acuerdo de lo que pasa en Ecuador y que lo quisiera recrear, pero con una forma poética, o sutil, o elegante, como lo hace Mariana Enríquez sobre la vida marginal en Argentina. Un terror que lo vivimos irónicamente en Ecuador, porque nos escandalizamos con sus índices, pero al mismo tiempo seguimos viviendo con tranquilidad. Es que no queda otra opción, ¿o sí? 




Voy en carro y se me ocurre ir con cámara en mano. Pero la regla es solo fotografiar en semáforos rojos. Intento encontrar lo extraordinario en lo ordinario, y me doy cuenta que no es difícil lograr ese objetivo. Porque solo hay que fijarse en esos gestos, escenas, detalles, rasgos de la vida en su transcurrir habitual. Una pareja espera un bus en su estación; una propiedad - como tantas se ven por la ciudad - está en arriendo para local comercial; una familia de migrantes soporta un día más su precaria vida; una pareja sale junta, porque ahora les da miedo salir solos.





Ver las imágenes de los candidatos en las calles nunca me ha conmovido, ni para bien, ni para mal. De todas maneras, creo que ahora con la dependencia que tenemos de las pantallas, esos afiches impresos aportan muy poco en las aspiraciones presidenciales de los participantes. Pero ahí están, desplegados en la mayoría de calles y avenidas, posicionando imágenes de un individuo en la misma jerarquía de cualquier otro letrero o material gráfico que esté instalado en la vía pública. Es decir, siendo productos de consumo de un mercado en el que el más populista es el preferido del consumidor.







Es un domingo en el que reflexiono sobre lo que pasó en la semana. El día después del asesinato a Villavicencio sentí que se me fueron las ganas de todo. Tuvo que ocurrir un homicidio de esta magnitud para llegue a sentir eso, aunque habría preferido que sea antes, cuando la muerte comenzó a normalizarse entre los ecuatorianos. Las ganas de trabajar, las ganas de vivir se me fueron.


La ironía ante esta realidad violenta es desde el poder, más que todo. O el descaro, mejor dicho. Ese con el que nos restriega oficialmente en la cara su incapacidad de actuar, con decretos de estado de excepción inútiles. Dieciocho estados de excepción previos al de esta semana, para convertirnos en el país más violento de Latinoamérica, porque se proyecta que lleguemos a un registro de 40 muertos por cada cien mil habitantes.




    

Pero hasta que el gobierno encuentre soluciones, la gente no se detiene. Siguen sus rutinas, van a misa, juegan básquet, van al parque, se candidatizan a la presidencia con mucha improvisación, pasean los perros. Porque si este país tiene que cambiar no implica que nos detengamos a esperar que el panorama mejore con acciones del gobierno. Además de que se necesita un programa o proyecto coherente estatal contra la corrupción, inseguridad y violencia, también tenemos que evolucionar como sociedad, algo indispensable también para salir del subdesarrollo.




Porque este país no va a cambiar mientras la gente que ingresa en una fila exprés en el supermercado, es decir, para pagar hasta 10 artículos, pero le importa un rábano y pone sus 27 productos sobre la mesita rodadera (o como se diga), y recién cuando termina de pagar se da cuenta que se pasó el límite de productos y me pide perdón. Pero yo no me altero, me da lo mismo, y me siento bien diciéndole no hay problema, como me ocurrió en este domingo random.

O mientras 3 buitres de tránsito le pidan 50 dólares para cada uno, al conductor de una furgoneta en la que lleva diariamente a un grupo de trabajadores, para no ponerle una multa porque circula sin el permiso para dar ese servicio, no podemos pensar en desarrollarnos mejor. Claro, el conductor debería tener todo en regla, pero la autoridad que tendría que controlar esa infracción, más bien saca provecho de la manera más acostumbrada de sobornar en este país. 


Situaciones diferentes, razones similares.





Tal vez no es un domingo tan random, porque fui a conocer lo que muy seguramente será mi nuevo hogar. Una suite pequeña, con los espacios básicos para comer, bañarse y dormir, pero parte de una casa bastante acogedora. La dueña es una viejita amable, mamá de la señora que me mostró el lugar, y abuela de la chica que puso el anuncio de arriendo del espacio y que mi cuñada me hizo saber. Abuela y madre me trataron con cariño, creo, le aceptaron a la Celeste con esa misma buena vibra y me hicieron sentir casi como en casa. Casi, porque aún no termino de decidirlo.


También vive ahí el esposo de la viejita, de 92 años, según me contó la hija, que tiene un huerto semi muerto o semi vivo, según desde la óptica que se lo vea a un espacio parcialmente descuidado, con sectores pelados de césped, con pura tierra, pero también con zonas sembradas de plantitas del señor dueño de casa, que también crecen en macetitas. Tengo la libertad de ponerme un huerto ahí, según me dijo Martha, la señora que me recibió, y pienso en el Jorge y en el Lugo, dos amigos expertos en huertos a los que puedo invitar a echarle una mano a ese terrenito y ayudarle al viejito que es feliz ahí. 


Es una casa estilo hacienda, sin llegar a serlo, porque es de ciudad. De esas casas antiguas, quizá de años 60 o 70, que tomaban como referencia cierto estilo campestre clásico, pero con rasgos arquitectónicos urbanistas de la época, intuyo. Solo de esta visita no hice una sola foto.


De tarde llovió, llegué a la casa a emborracharme con vino, según me dijo la Roci, con quien conversé hoy a distancia, ella desde Mendoza, yo desde la ciudad donde mataron a un candidato presidencial. Pero no me emborraché, aunque sí disfruté de tomar ese vino mientras almorzaba, mientras leía a Mariana Enriquez, mientras editaba las fotos que saqué.




La vida continúa y la moda de Barbie también.




Nota: No quisiera escribir igual que Mariana Enríquez porque su estilo es inédito, pero sí tener su misma fluidez, suspenso y quiebres inesperados de narrativa. Justo, leyéndola hoy, encontré parte de su manera de afrontar su  escritura: “… confío en esa especie de dictado que solo escucha el escritor, la voz que le ofrece la palabra que quebrará la placidez de la página y provocará el espasmo y salto del lector; o las palabras que construirán una situación desolada para el personaje sin hablar de su sufrimiento pero dejándolo tan desnudo y doloroso como el hueso de una fractura expuesta”. Sublime. 


Fue un gran domingo.

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