#Crónica | Domingo random en una ciudad donde le mataron a un candidato presidencial
El terror que me acaba de hacer acuerdo de lo que pasa en Ecuador y que lo quisiera recrear, pero con una forma poética, o sutil, o elegante, como lo hace Mariana Enríquez sobre la vida marginal en Argentina. Un terror que lo vivimos irónicamente en Ecuador, porque nos escandalizamos con sus índices, pero al mismo tiempo seguimos viviendo con tranquilidad. Es que no queda otra opción, ¿o sí?
Ver las imágenes de los candidatos en las calles nunca me ha conmovido, ni para bien, ni para mal. De todas maneras, creo que ahora con la dependencia que tenemos de las pantallas, esos afiches impresos aportan muy poco en las aspiraciones presidenciales de los participantes. Pero ahí están, desplegados en la mayoría de calles y avenidas, posicionando imágenes de un individuo en la misma jerarquía de cualquier otro letrero o material gráfico que esté instalado en la vía pública. Es decir, siendo productos de consumo de un mercado en el que el más populista es el preferido del consumidor.
Es un domingo en el que reflexiono sobre lo que pasó en la semana. El día después del asesinato a Villavicencio sentí que se me fueron las ganas de todo. Tuvo que ocurrir un homicidio de esta magnitud para llegue a sentir eso, aunque habría preferido que sea antes, cuando la muerte comenzó a normalizarse entre los ecuatorianos. Las ganas de trabajar, las ganas de vivir se me fueron.
La ironía ante esta realidad violenta es desde el poder, más que todo. O el descaro, mejor dicho. Ese con el que nos restriega oficialmente en la cara su incapacidad de actuar, con decretos de estado de excepción inútiles. Dieciocho estados de excepción previos al de esta semana, para convertirnos en el país más violento de Latinoamérica, porque se proyecta que lleguemos a un registro de 40 muertos por cada cien mil habitantes.
Situaciones diferentes, razones similares.
Tal vez no es un domingo tan random, porque fui a conocer lo que muy seguramente será mi nuevo hogar. Una suite pequeña, con los espacios básicos para comer, bañarse y dormir, pero parte de una casa bastante acogedora. La dueña es una viejita amable, mamá de la señora que me mostró el lugar, y abuela de la chica que puso el anuncio de arriendo del espacio y que mi cuñada me hizo saber. Abuela y madre me trataron con cariño, creo, le aceptaron a la Celeste con esa misma buena vibra y me hicieron sentir casi como en casa. Casi, porque aún no termino de decidirlo.
También vive ahí el esposo de la viejita, de 92 años, según me contó la hija, que tiene un huerto semi muerto o semi vivo, según desde la óptica que se lo vea a un espacio parcialmente descuidado, con sectores pelados de césped, con pura tierra, pero también con zonas sembradas de plantitas del señor dueño de casa, que también crecen en macetitas. Tengo la libertad de ponerme un huerto ahí, según me dijo Martha, la señora que me recibió, y pienso en el Jorge y en el Lugo, dos amigos expertos en huertos a los que puedo invitar a echarle una mano a ese terrenito y ayudarle al viejito que es feliz ahí.
Es una casa estilo hacienda, sin llegar a serlo, porque es de ciudad. De esas casas antiguas, quizá de años 60 o 70, que tomaban como referencia cierto estilo campestre clásico, pero con rasgos arquitectónicos urbanistas de la época, intuyo. Solo de esta visita no hice una sola foto.
De tarde llovió, llegué a la casa a emborracharme con vino, según me dijo la Roci, con quien conversé hoy a distancia, ella desde Mendoza, yo desde la ciudad donde mataron a un candidato presidencial. Pero no me emborraché, aunque sí disfruté de tomar ese vino mientras almorzaba, mientras leía a Mariana Enriquez, mientras editaba las fotos que saqué.
La vida continúa y la moda de Barbie también.
Nota: No quisiera escribir igual que Mariana Enríquez porque su estilo es inédito, pero sí tener su misma fluidez, suspenso y quiebres inesperados de narrativa. Justo, leyéndola hoy, encontré parte de su manera de afrontar su escritura: “… confío en esa especie de dictado que solo escucha el escritor, la voz que le ofrece la palabra que quebrará la placidez de la página y provocará el espasmo y salto del lector; o las palabras que construirán una situación desolada para el personaje sin hablar de su sufrimiento pero dejándolo tan desnudo y doloroso como el hueso de una fractura expuesta”. Sublime.
Fue un gran domingo.
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