El nacimiento a la vida consciente


El sol de las primeras horas de la mañana, tal vez entre siete y ocho, que entra con esa luz que atraviesa puertas abiertas o ventanas que miran hacia el oriente, dibujaba siluetas de los vendedores del mercado Iñaquito, en un pasillo de la zona exterior. Yo solo estaba parado contemplando esa escena, porque siempre me viene al pensamiento esa imagen cuando evoco mi primer recuerdo de infancia.


Acompañaba a mi mamá a hacer las compras de frutas y verduras, donde siempre me compraba una fundita de “cosas finas”, llena de esas deliciosas arvejas amarillas mezcladas con mote, cilantro y chicharrones. Recuerdo el ambiente ajetreado del mercado, los olores intensos que salían de los kioscos, sobre todo del que vendían pescados y mariscos, el ruido del que distinguía las voces de las vendedoras, música y noticias de la radio, o escobas rasgando los pisos.  


No demoraba mucho mi madre en hacer las compras porque tenía que alcanzar a ir a sus charlas de señoras católicas con el padre Rodríguez, un curita del Opus Dei. Allá también asistía a no entender nada, porque no atendía al padre, aunque tal vez lo que decía me entraba al cerebro como la esponja que chupa agua, y quizá eso fue el origen de mi curuchupismo que me duró hasta hace no muchos años, pero del que siento que ya me estoy librando.


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