#Opinión | Vivimos en un Estado de Extorsión

Es oficial. Ya no somos libres. Allá afuera ronda la desgracia y la maldad. Salir de casa es lanzar una moneda al aire, jugar a la ruleta rusa, porque ya nada ni nadie puede garantizarte que vas a volver vivo o viva a casa. 

Cómo me incomoda releer ese primer párrafo, pero es la realidad actual de Ecuador. Todos somos víctimas, mientras el estado no nos garantice lo contrario. Porque esto no significa nada más que un Estado de Extorsión, oficialmente establecido por un gobierno negligente e incapaz de definir estrategias y acciones que nos libren de esa amenaza criminal latente que transita impunemente en las calles. Solo están preparados para reprimir a una sociedad indignada con su ineficiencia.

Enterarte que una persona cercana a ti está desaparecida con su pareja, te estremece. Sin que sea alguien de tu círculo cercano pero sí una persona muy presente -sobre todo- en recuerdos de adolescencia que te conectan con situaciones, personas, sentimientos de esas buenas épocas, igual te conmueves, porque le conoces, porque compartiste conversaciones y momentos, porque hoy es ella con su esposo y después puede ser alguien con quien frecuentas más o compartes un vínculo más íntimo.

Estas letras escribo todavía con la angustia de no saber qué pasó, siempre con la esperanza de que pronto se difunda la buena noticia de que fueron encontrados con vida. Sus hijos pequeños, especialmente dos de los tres que ella tiene, seguramente no entienden la situación, mientras el mayor de ellos debe estar experimentando por primera vez una ansiedad incomprensible, porque a sus -aproximadamente- 10 años le debe costar entender que en este mundo la maldad tiene maneras inesperadas de manifestarse sin compasión de nada.

Aunque me refiera a un caso particular, las historias se repiten, cada una con sus circunstancias propias, pero todas terminan compartiendo el mismo origen y escenario: un país donde la seguridad de la ciudadanía no es una prioridad para quien administra el estado. Por eso el crimen se impone, por eso vivimos extorsionados, aunque algunos todavía no llegamos a sentir el riesgo hasta que lo sufres en carne propia o te enteras que alguien que conoces lo está sufriendo.

¿Por qué hemos perdido el derecho de transitar con libertad y tranquilidad por donde queramos? ¿Por qué nuestra vida tiene que estar expuesta a ese peligro constante de que sea interrumpida abrupta y violentamente, por un carro, por un celular, por el maldito dinero y la ambición que despierta?




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