#Crónica | Vienen con alegría, Señor

Todos y todas cantan con efusividad, no sé si con verdadera alegría, pero sí con ese espíritu de cuerpo de la feligresía que no se pierde una misa de domingo. Tal vez suena redundante decir misa de domingo, pero así mismo es de repetitiva esta costumbre de asistir a la iglesia al final de la semana, o al inicio de una nueva, dependiendo de cómo se lo asuma a este día tan simbólico de muchos ritos humanos, algunos denominados sagrados, pero quizá son simplemente profanos.


Ten piedad, Señor, ten piedad, soy pecador, ten piedad, cantan ahora los cientos de asistentes a la capilla en la que me encuentro. Mi mente también canta, quizá de manera clandestina, porque conscientemente no lo quiero hacer, porque tal vez sí soy pecador, pero no lo quiero exaltar en este ambiente del que ya no me siento parte.


Tantas mentes memorizando y repitiendo las mismas frases todos los domingos, escuchando sermones repetidos que nunca entienden. En este punto es importante aclarar que no me quiero poner en una posición arrogante, menospreciando la fe de quienes van a misa. Si de verdad están convencidos de lo que creen y su espiritualidad necesita cumplir con este rito disciplinadamente, qué bueno que lo sepan aprovechar.


-Buenas tardes con todos - dice el cura.

-Buenas tardes, padre - responde la muchedumbre de unas ciento treinta y cuatro personas.


El cura es un showman. Comienza su discurso alejándose del altar, para caminar hacia el pasillo central de la iglesia y mira las estatuillas de los “niños bonitos” que la gente llevó para recibir la bendición porque es Misa del Niño. Esto se celebra pocas semanas después de la navidad.


Lanza una broma fácil para que goce la audiencia, mientras él gime una risita aguda que suena ridícula.


Yo sé que aquí muchos vienen obligados- asegura la estrella de la ceremonia. 


Es verdad, padre - pienso yo.


No hay que seguir a Jesús por obligación, sino por convicción - reafirma el sacerdote.


Siento que el sermón es para mí. Me identifico, primero, porque justamente sentí que ya no iba a misa por convicción, sino por obligación, por inercia, por sentirme tranquilo al cumplir la tradición y no porque verdaderamente me sentía bien yendo disciplinadamente a eso que llaman la santa eucaristía.


-No puedes basar tu fe en un sacerdote. Un sacerdote es humano y te puede fallar - dice, francamente, el cura.


- Muy bien, padre - pienso, otra vez, yo. Eso justamente es lo que me hace ver que la iglesia es una institución compuesta por humanos, que nunca va a ser perfecta y va a seguir cometiendo errores que muy pocas veces los reconocen sus representantes.


- ¿Quieres tener un santo esposo? - pregunta ahora el religioso.


- Uy, padre - digo en mis adentros.


- ¿Puedes ser una santa esposa? - añade.


- Ajá. No se contradiga, padre. Ya dijo que los humanos podemos fallar, eso hace imposible la “santidad” que hoy vende en domingo al mediodía - digo en mi mente.


- Sería hipócrita si buscas tener una vida santa si no cambias las acciones que no te lo permiten - expresa el sacerdote como una de sus últimas ideas del sermón.


Y entonces es tiempo del Creo en Dios todopoderoso que lo podría escribir completo aquí. 


Tal vez mi supuesta religiosidad responde a mi creencia en las cábalas . Es una costumbre persistente de pensar que el azar sí toma en cuenta lo que uno dice, piensa o hace en ciertas circunstancias, para que ocurran cosas que uno quiere o no quiere que ocurran.


Y yo rezo todas las mañanas y todas las noches. Lo hago con el miedo inconsciente de que si no rezo, algo malo les puede pasar a mis seres queridos o me puede ir mal en la vida. Entonces mi intención principal cuando rezo es pedir que todos, todas, todes estemos bendecides. 


Salgo de mi reflexión y noto que ya están en el momento de la paz. Qué bueno sería que de verdad se regale o reciba paz en ese rato cuando todos se abrazan, se sonríen, lloran, se emocionan con un alivio que les provoca esa parte de la misa. Quizá eso ya es paz que, al menos, dura ese momento.


Ahora, la comunión. Se forma enseguida la fila larga de quienes pueden y quieren cometer aquel acto de canibalismo simbólico, como alguna vez leí o escuché en algún lado. Tal vez suena un poco cruda y exagerada esa interpretación de la comunión, pero si hilamos fino, sabemos que las filas que se forman en la misa son para que los feligreses coman el cuerpo de Jesús.


Yo me pregunto, ¿por qué debemos digerir o deglutir la fe?. Ese ritual de la hostia tiene su rasgo de brujería, ¿o exagero? De todas maneras, es un placebo para generar sensación de tranquilidad emocional, hasta que se acuerdan de la vida real y sus imperfecciones.


Una chica me queda viendo. Fijamente. Lo juro. Mis manos tiemblan un poco. Me da ganas de acercarme a ella al final de la misa, pero no me voy a atrever.


Es el turno de que pasen niños y niñas a recibir la bendición del padre y un chupete, para que nadie quede fuera de esta evangelización. 


Les miro a mis papás, a mis tías. Les veo la devoción que tienen en sus ojos, en la concentración que ponen a ese presente que les conecta con Dios, con la Virgen, y les respeto muchísimo, pero ya no me identifico con esa manera de vivir la espiritualidad, que la mantuve como hábito hasta hace 3 años, apenas; es decir, 34 años de mi vida.


Iglesia, ¿cómo es el amor de Dios?

Graaaaaande es el amor de Dios - grita toda la gente al unísono, mientras todos con sus manos dibujan, quizá, un corazón grande imaginario.


Ovación. La tarde termina con Dios te salve María y una canción que la comunidad canta con mucho ímpetu y enseguida siento que me trasladé a un templo cristiano.


Buenas tardes.




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