#ExtraReMake | ¡Farrón por "Mamá Rosita"!

 Según su hijo, es la quiteña más longeva de la ciudad.

La señora cumplió 100 años el sábado y sus familiares botaron la casa por la ventana para homenajearla.

El frío de la noche quiteña no tenía cabida en el cálido ambiente de una casa barrial en el sur de la ciudad. Allí, el cariño ofrecido para una sola persona calentaba de emotividad el amplio espacio de ese sitio comunal.

Rosa María Espinel Almeida recibía el homenaje de cerca de 200 parientes y amigos, por el siglo de vida que cumplió el pasado 6 de diciembre.

Un traje impecable verde limón, color que simbolizaba el espíritu jovial de esta mujer, le otorgaba la elegancia pertinente para la ocasión. Sentada en la mesa más importante, de las 17 que habían, "mamá Rosita" tomó con firmeza el micrófono y exclamó: "Aló, aló. Buenas noches. Les agradezco de todo corazón. Yo no tengo para pagarles, pero les ha de pagar el que está arriba en el Cielo. ¡Qué vivan todos los que están aquí!".

Así inició la fiesta organizada por los hijos, nietos, bisnietos y otros allegados de Rosa María, quienes no escatimaron esfuerzos ni recursos para rendirle un tributo especial.

"No todas las familias gozan de la dicha de tener una madre durante cien años", expresó emocionado Bolívar Palacios, el menor de los hijos de doña Rosita, que en sus 55 años ha vivido con ella y verificó que en el Registro Civil que su madre es la quiteña más longeva que habita en la capital.

ALEGRÍA Y GRATITUD

Faldas cortitas y faldas largas, corbatas y baberos, botellas de whisky y biberones. Esos contrastes mostraban que la celebración de "mamá Rosita" convocó a diferentes generaciones de parientes, solo con el amor que ella les ha regalado y que buscaban retribuirle. "Siempre nos ha sabido tratar bien, por eso Dios le premia para que nos siga acompañando", dijo Patricio Barros, sobrino de la cumpleañera.

Adela de Merizalde, comadre de doña Rosita, quien la conoce aproximadamente 35 años, destacó que la homenajeada siempre ha sido "una persona muy chistosa" y que de vez en cuando le gustaba tomarse "unos traguitos". Ella le regaló un cuadro de la Sagrada Familia, "porque ella es muy católica".

El festejo incluyó la rifa de una liga dorada entre las abuelitas presentes, que eran más de quince. Para elegir a la acreedora de ese premio, las participantes debían adivinar la fruta preferida de doña Rosita, que resultó ser la mandarina. 

Cuando la música empezó a invadir con estridencia el local, la pista demoró algunos minutos hasta llenarse por parejas que poco a poco, tímidamente, iban zapateando con cumbias, merengues y otros ritmos bailables. Rosa María permanecía en su mesa, tomando chicha de jora que su hijo Bolívar distribuía en una vasija de barro.

Mientras desmenuzaba el chancho para el hornado que los invitados degustaron, Rita Reyes, nieta de Rosa María mencionaba que su abuelita "es una escuela de valores y de amor para cada uno de sus nietos y para el resto de generaciones".

Néstor Vásquez, sobrino de Rosita, viajó desde Latacunga para la fiesta, porque no quería perderse la oportunidad para expresarle su gratitud por ser una mujer virtuosa. Él resaltó los valores que la cumpleañera ha demostrado a lo largo de su vida, como "la solidaridad para todos, el amor que ha dado a sus hijos, los principios morales que ha inculcado, como la justicia, la honradez. Siempre ha sido muy fiel, leal y trabajadora".

Antes de la fiesta, los hijos de Rosa María Espinel le dedicaron una misa, como un agradecimiento a Dios por los años cumplidos de su madre. Al terminar la celebración religiosa llegaron mariachis para sorprender gratamente a la persona más importante de la noche.



Nota publicada originalmente en el Diario Extra del 8 de diciembre del 2014

Andrés Reinoso Morales

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