Hoy cumplo treinta
Un suspiro. Dos suspiros. Tres
suspiros. El humo de mi tabaco se disipa en la nada, así como lo ha hecho el
tiempo desde que tengo uso de razón hasta este momento, en el que mi calendario
personal ya registra treinta años transcurridos.
“Los nuevos quince” les llamo,
porque dentro de mí siento el mismo entusiasmo que invadía mi voluntad cuando
tuve la mitad de mi edad de ahora. Entusiasmo tan intenso como el efímero
presente, que en realidad es el ímpetu imprescindible para enfrentar un futuro
que ya lo siento maravilloso por la incertidumbre que acarrea.
El humo sigue disolviéndose en la
nada, pero no se pierde. Porque la nada está ahí, conteniendo innumerables
suspiros emanados de manera perpetua. Es como la memoria, intangible pero real,
que acumula aquellas experiencias que sustentan la existencia, que dan sentido
a cada acción cometida, a cada decisión tomada.
¿Por qué cuando somos niños
queremos ser grandes y cuando ya somos adultos añoramos la infancia? Justamente
porque la memoria, esa cortina de humo de recuerdos, evoca sensaciones que
solamente son comprendidas cuando son manifestaciones del pasado. No es
nostalgia, es la satisfacción de vivir coleccionando momentos que nos hacen
felices solo al recordarlos.
Soy lo que soy, porque no he
nacido, ni he crecido, ni he vivido solo. Soy resultado de los sueños, de las decepciones,
de las ilusiones, de los errores, de éxitos y fracasos de otros. Porque somos imperfectos
de principio a fin. Y eso es lo fascinante de la cultura universal de la que
somos hijos, cuya esencia está en la búsqueda de respuestas imposibles,
estimulantes de la imaginación.
Por eso ahora me atrevo a seguir fantaseando
como cuando era niño. Eludiendo inquietudes que malgastan el tiempo que
necesito para imaginar que lo que vendrá será igual de entretenido que lo
vivido hasta hoy.
Bienvenidos, desafiantes treinta
años.
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