Nació dos veces para trascender sigilosamente
En la
mesa central de su taller, Miguel afina unas ilustraciones que dibujó para
“Historia de un intruso”, libro de relatos de Marco Antonio Rodríguez. El humo
del tabaco atrapa a quien lo visita, pero no más que el arte abundante en el
lugar, inmiscuido en la relativa paz del Valle de Los Chillos, donde también es
su casa, en el que trabaja varias horas, desde las 4 de la mañana y del que sale pocas veces.
“Yo
en sexto grado toreé y me hice fanático. Pero no me dejaron hacerme torero,
entonces me dediqué a hacer acuarelas de la tauromaquia”. Esa inspiración de su
infancia fue el punto de partida de la trayectoria que Miguel Varea ostenta
como artista plástico, la cual ya se extiende por cerca de cinco décadas.
Del
Colegio San Gabriel, donde estudió la secundaria, recuerda al Padre Mendoza,
“un buen profesor”, quien le encaminó con sus enseñanzas al mundo de la
pintura. Después, parte de su vida universitaria la desarrolló en la Facultad
de Artes de la Universidad Central, en la que estuvo hasta segundo nivel,
cuando fue clausurada. Antes había intentado estudiar Arquitectura, pero como
no pudo ingresar, “me fui a Derecho donde estaban mis panas”, rememora este
artista nacido en 1948.
Al
estudiar leyes, “siempre me atrasaba a la clase de las 7 de la mañana”, cuenta
Miguel. Ese pequeño detalle significó su salida de esa carrera. “Por un boleto
de una conferencia, te daban dos asistencias. Yo me conseguí un mundo de panas
que vayan a una, así que tenía muchos boletos para cubrir las asistencias que
me faltaban. Los guardé en mi traje, pero esa noche se entraron a mi casa y se
van robando del traje, entonces perdí el curso por asistencias”, se acuerda
este artista, mientras no disimula una tímida risa.
Sus
arrugadas y huesudas manos, réplicas de su semblante entero, ordenan un poco
las cartulinas amontonadas en uno de los escritorios del taller, donde
incontables pinceles, espátulas, varios tubitos de pintura, un cenicero, una
pipa y papeles sueltos, configuran ese caos que nunca falta en el espacio de
creación de un artista. De pronto, Miguel cae en cuenta que sus primeras obras
que buscaba, no están allí, sino en un gran armario que ocupa toda la pared del
fondo, cuyas puertas son dos cuadros pintados por él.
Un
testimonio de arte
“Son
personajes influenciados por Goya”, explica Varea mientras sostiene uno de los
tres óleos que sacó del armario y con su boca sujeta otro tabaco que encendió .
Detrás de esos cuadros podía leerse un casi imperceptible “1967”, escrito con
lápiz. Francisco de Goya, pintor español que destacó entre finales del siglo
XVIII y principios del XIX, con el retrato como una de sus técnicas más
representativas, fue el primer referente al que Miguel siguió.
Sus
primeros cuadros grafican a personas en escenarios cotidianos, que fueron
pintadas por Varea “en el garage de la casa de mi papá”, su primer taller.
Además, en sus creaciones no faltan sus autoretratos, como aquel que denominó
“Yo como John Lennon”, donde resalta su melena rubia, ahora canosa, y los
redondeados lentes que caracterizaban a ese cantante.
Desde
esas primeras pinceladas, Miguel Varea no se ha detenido. Su primera exposición
individual fue en un salón de la Casa de la Cultura en 1970, cuando exhibió 300
dibujos. También recuerda que el Museo de Arte Colonial, o la Alianza Francesa,
cuando esta se localizaba en la Plaza del Teatro, también fueron escenarios
para muestras de sus creaciones. En 1978, Miguel se radicó un año en Europa. “Aprendí
bien el grabado, en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de
Madrid”, acota Miguel.
Su
incursión en el mundo del arte le llevó a conocer y a enamorarse de Dayuma
Guayasamín, hija de Oswaldo, su actual esposa y madre de Jerónimo y Martín
Varea, sus hijos de 38 y 34 años. Al consultarle sobre cómo era
la relación con su suegro, una intensa tos le interrumpe intempestivamente,
pero con esfuerzo y voz carrasposa logra afirmar que “sí me llevaba bien”. Al mismo tiempo
resalta que Guayasamín le apoyaba en sus exposiciones, “comprando en gajo” sus
obras, aunque no compartían conocimientos artísticos entre ellos.
Concepto
irreverente
Según
Miguel, sus obras corresponden al estilo Neofigurativo y al Feísmo, tal como le
han catalogado algunos críticos nacionales y extranjeros. En las obras de este
maestro predominan las figuras humanas desproporcionadas en su forma, casi
siempre entrelazadas con frases desplegadas a través de letras dibujadas “con
sentido más gráfico, que descriptivo o racional”, explica, y todo enmarcado en
caóticos fondos, construidos con diseños geométricos desorganizados o
representaciones de objetos convencionales con fines simbólicos. “La incomunicación entre la gente” es la temática recurrente de su trabajo.
Miguel
Varea también escribe. Libros como “Una estétika del disimulo” o “A la luz de
una esperma nuevecita”, expresan, mediante esa combinación del dibujo y el
texto escrito a su estilo, la forma de pensar de este artista que asegura no
identificarse con ninguna ideología. Sí se considera como contestatario,
“porque nunca he aceptado ninguna máxima en la vida”.
La
vida de Miguel Varea podría dividirse en dos partes. A sus dos años estuvo a
punto de perder la vida, al caer desde un segundo piso, después de escabullirse
de su cuna y volar desde la ventana. Sus padres le contaron que “había estado
como muerto dos meses”, pero renació.
Él
cree que ese hecho sí influenció en la decisión de involucrarse en el mundo del
arte, pero tampoco piensa que fue un suceso decisivo para haber tenido esa
elección. Mientras hace unos retoques a Ántero, uno de los personajes de las
ilustraciones que prepara, Miguel afirma con seguridad que independientemente
de ese accidente, el arte siempre fue “una actividad que se adaptaba
perfectamente a mi forma de ser”.
No hay rincón en el taller de Miguel, donde no existan rastros de su arte (Foto: René Fraga) |
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