Conversación con una jinetera
Después
de hacer su baile erótico al futuro novio, Fabiana no demoró en vestirse.
Estaba sentada en una de las sillas de la mesa larga del salón de convenciones
del hotel que convertimos en un antro para despedir la soltería de un gran
amigo. Cuando me acerqué a la mesa de tragos para rellenar mi vaso, ella, desde
lejos, me pidió que le regale agua.
La
sed de Fabiana era evidente porque apenas le entregué la botella grande de
'Güitig', bebió un largo sorbo chupando el pico del envase plástico que ya
estaba maltrecho después de tanta manipulación de los que tomaron whisky.
Tragó, me miró y me agradeció. Pensé que su gratitud era por darle de beber,
pero realmente era "porque ustedes se han portado como caballeros",
me dijo con su acento cubano y con una seriedad que me convenció.
Le
pregunté por qué me agradecía. "Es que hay gente que no se porta así, que
cree que estamos solo para la joda y por la plata", me respondió, mientras
se recogía con un gancho su cabello rubio teñido. Mordía un chicle con desgano,
aunque le gustaba inflar bombas de rato en rato.
Fabiana
es prostituta. Hace un año abandonó Cuba, donde trabajaba en la recepción de un
hotel. Su salario mensual no superaba los 45 dólares, incluidas las propinas.
Ahora, por su trabajo en un concurrido prostíbulo de Quito, recibe unos 2.000
dólares al mes. Permanentemente se comunica con su familia en Cuba. Su madre
está convencida de que Fabiana trabaja de mesera en el restaurante de un amigo,
por las fotos que le ha enviado cumpliendo supuestamente con ese oficio, para
que no se le pase por la cabeza que su hija es una jinetera, así como les llaman a las trabajadoras sexuales en la isla,
según me cuenta.
"¿Por
qué Ecuador y por qué este trabajo?", me aventuré a preguntarle. Al
parecer no me escuchó, no quiso responderme o estaba muy concentrada buscando
su crema de manos en un enorme bolso donde llevaba unos 45 frascos de
maquillaje, su bata roja transparente que utilizó en el show para el
homenajeado, su lencería especial para la ocasión, y quién sabe qué más.
"Mira mi amor, si yo acabo de hacer lo que hice es porque me gusta, porque
me da la gana", respondió con una voz que me sonó enojada. Con eso me
pareció que la conversación se había transformado en un interrogatorio que
nunca lo quise hacer; le aclaré que mi intención era simplemente dialogar con
ella sobre su vida. "No creas que esto lo quiero hacer siempre", dijo
con más tranquilidad, "también quiero tener hijos, una buena vida, pero
todo poco a poco".
La
conversación se interrumpió un momento, porque los labios medianamente gruesos
de Fabiana se coloreaban de rosado, que en algo combinaban con el rojo intenso
de sus uñas. Ese era el toque final para que su pinta retomara el aspecto
original y recatado con el que llegó a la reunión: chompa de cuero blanca,
camiseta negra escotada, pantalón blanco, sandalias negras sencillas, con un
taco de unos 10 centímetros y un carisma bien recibido por todos.
Subimos
a la suite donde estaban todos los invitados e invitadas de la despedida. Ya
eran momentos culminantes de una noche divertida con el ímpetu que producen
incontables botellas de ron, whisky y vodka, las cuales continuaban vaciándose.
Mientras el futuro novio dormía como para no despertarse dos días después,
otros cantaban vallenatos, acompañados con la voz de una de las amigas de Fabiana,
pequeña de estatura, ojos muy prominentes para mi gusto, cabello
revoloteado.
Fabiana fumaba un cigarrillo
mientras bebía un Cuba Libre. “¿Tomando ron te acuerdas de tu país?”. Su respuesta
a mi inquietud no fue más que un suspiro emanado después de aspirar
profundamente el humo de su tabaco, exhalarlo por su boca y sorber una buena
cantidad de trago. Me sentí culpable de que, al parecer, la nostalgia invadiera
su mente, aunque la conversación hizo que por esa noche, al menos, se sintiera
más valorada por su testimonio que por orgasmos comprados.
Durante los últimos 5 años han
ingresado miles de cubanos a Ecuador para establecerse. La dolarización y la
estabilidad económica que ese sistema monetario ha generado en este país, es la
principal razón por la que los ciudadanos de la isla han llegado. Algunos los
hacen solos, otros en parejas, otros en familias y otros entre amigos.
Cada vez es más común recibir la
atención de un cubano o una cubana en un restaurante, en un local de ropa o en
un centro médico; también se ha vuelto frecuente verlos como los encargados de
registrar el ingreso en discotecas o algunos tienen su negocio propio. El
oficio de Fabiana también es muy usual, no muy evidente, pero uno de los que
prometen más prosperidad para quienes deciden ejercerlo.
Pintura de Carlos Echeverría Kossak |
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