Unas breves palabras sobre Facebook...

El otro día me preguntaba si todavía la gente escribe cartas 'a puño y letra'. Si todavía existe la creatividad de 'las admiradoras' para mandar las cartas a sus pretendidos con unas ilustraciones de revista, y su habilidad para doblar la carta de una manera que complique el abrir el papel, para alargar el misterio de su mensaje. No sé si aún 'los admiradores' gastan dinero en peluches, chocolates o flores para hacerlos llegar a la chica de sus sueños, a través de su mejor amiga.
Y mis dudas nacen gracias a una palabra que, estoy segurísimo, ha revolucionado la vida del ser humano contemporáneo: Facebook. A pesar de que es redundante explicar lo que es, mi breve análisis debe partir por el concepto de lo que elementalmente es Facebook, es decir, una red social. Al hablar de red, hablamos de la conexión de varios puntos, elementos, y en este caso, personas. Y si esta red es una conexión de personas, automáticamente se convierte en una conexión de vidas. Sí, así lo veo yo, cuando al entrar a la página de inicio de Facebook, en un pequeño recuadro del portal encuentras la foto del bautizo del hijo del hermano del primo de tu novia, y por la etiqueta que le pusieron a ella, descubres que el niño bautizado es igualito a la ex de tu amigo, la que viene a ser la esposa del que aparece en la foto. Ni yo me entiendo la explicación que acabo de hacer, pero experiencias como estas se repiten incontables veces en el día a día, entre los millones de usuarios de esta red social.
Y catalogar a Facebook de una herramienta buena o mala de comunicación, depende el uso propio y ajeno que se le dé. Al uso propio me refiero a las cosas que uno publica; si eres mujer, sabes que tienes tu atractivo, pero odias a los morbosos, no creo que seas tan ingenua de subir tu última colección de fotos de Tonspupa 2011, en la que el protagonista principal es tu bikini. O si tienes de amigo a tu jefe, supongo que serás lo más inteligente y prudente posible para evitar estados como 'Al fin terminando una semana muy estresante de trabajo' o de poner fotos de tu última farra en la que perdiste la batalla con el trago. Al uso ajeno me refiero a cuando vemos los perfiles o publicaciones de otras personas. Para entenderlo debo referirme al principal riesgo. Aunque es imposible hablar del término 'intimidad' en las redes sociales, por lo menos hay que tratar de mantener una noción de eso, y no aprovechar la vulnerabilidad que otorga Facebook para estar al tanto de cada movimiento de la vida de una persona (a través de sus fotos, su estado, los comentarios que intercambia con otras personas), quien seguro se molestará si sabe que tiene un espía, más que un 'admirador' o 'amigo'.
Planteaba mi duda del principio, porque creo que una de las cosas que Facebook ha llegado a anular es el romanticismo. Yo crecí en la época en la que todavía se acostumbraba a escribir cartas en hojas de cuaderno del colegio, o a decirle al pana o hermano que tocaba la guitarra, que me ayude con una serenata 'para esa man que me gusta'. Hoy las cosas son más fáciles (¿o mediocres?) porque en Facebook podemos escribir palabras inspiradas en el muro de 'esa persona especial', o palabras indirectas (¿y cobardes?) en el propio muro de uno; también se pueden reemplazar las serenatas con links de canciones de tus artistas favoritos. Incluso sin Facebook, pueden mandarse tarjetas animadas, correos electrónicos o mensajes escritos desde un celular, para lo cual se tuvo que gastar en una tarjeta prepago, en lugar de comprar rosas y chocolates, así no te lo haya contado por el chat si prefiere los girasoles y las gomitas.
No escapo de mi responsabilidad; yo también caigo en ese intento de romanticismo a través de la red, pero por suerte, aún guardo costumbres verdaderamente románticas que aprendí en mi adolescencia. Quería llegar al punto de que las redes sociales han llegado a convertirse en una eficiente herramienta de comunicación e interacción social, pero cada usuario está en la obligación de evitar que Facebook se convierta en un mundo paralelo donde se mantendrían 'escondidas, pero al descubierto', la hipocresía, la doble moral y la superficialidad. Sólo es cuestión de cerrar un segundo los ojos, abrirlos para ver a tu alrededor, y darte cuenta que la vida no está en esa pantalla.

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